Grandes innovaciones para descrestar y luego descubrir que solo consumen batería y ancho de banda.
¿Tiene un smartphone y le desactivó la rotación de pantalla, el autocorrector, el sistema de captura de sonrisas o el de búsquedas por voz? Entones es el orgulloso propietario de tecnología de punta que no le sirve en la vida real.
Piénselo, cuando compra un nuevo aparato, llámese teléfono, tableta o computador, una serie de detalles técnicos lo saturan antes de tomar la decisión, pero al final termina por elegir el que incluye termostato o el que es resistente al agua. ¿Para qué tanta funcionalidad?, para desactivarla.
Descresta, sí, en eso no hay discusión. La semana de ‘estrene’ del nuevo dispositivo será de conocimiento mutuo y demuestra de orgullo público por poseer lo último diseñado para facilitarle la vida. Después de un mes tendrá claro que tanto gadget no hace más que consumir batería y datos, a la vez que bajar el rendimiento del procesador.
Entonces, ¿para qué comprar nuevos aparatos? Tal vez la primera razón que nos salte a la cabeza sea por necesidad, pero ese podría ser el argumento que nuestro espíritu consumista usa para justificar los gastos cada vez mayores que hacemos en tecnología.
No necesitamos un barómetro en el celular, o es que le preguntan muy seguido qué hora es y cuál es la presión atmosférica. Los defensores (y vendedores) dirán que aporta datos fundamentales para afinar la geolocalización, tal vez, pero entonces sería más honesto decir que no es una función adicional, sino un complemento al GPS.
En paralelo sí existe una razón de peso que nos obliga a renovar con mayor frecuencia nuestros dispositivos: la obsolescencia programada. Este concepto apareció en la década del 50 del siglo XX como estrategia para impulsar el consumo de productos, manipulando su vida útil de forma deliberada y desde su diseño.
La obsolescencia programada manda que una impresora falle luego de cierto número de páginas, o que el sistema de audio dure tantas horas de reproducción; pero más allá de las cuestiones técnicas, Brooks Stevens, quién sentó los pilares de ésta estrategia comercial, consideró en sus cálculos el deseo de consumir como un factor decisivo que facilitaría su adopción. Y estaba en lo cierto.
Compramos, nos extasiamos quitando el recubrimiento plástico que nos asegura ser los primeros en tener en las manos esta tecnología, disfrutamos de la novedad, nos creemos capaces de todo gracias al potencial del nuevo aparato, para luego cansarnos al descubrir que tanta belleza no era cierta y que, en ocasiones, resulta poco práctica y hasta problemática.
A propósito, ¿cuándo fue la última vez que usó el sistema de comandos de voz su teléfono? Apuesto a que lo tiene desactivado.
Adriana Molano Roja
Comunicadora Social – Especializada en Gestión Cultural
Corporación Colombia Digital
*Imagen tomada de Getty Images