Sabía hacia donde me llevaba Santiago Gamboa: hacia el precipicio, y no hice nada por evitarlo.
Iba directo a ese agujero del que nunca se sale, pero aun así, seguí. Ya lo advertía Manuelito ‘hospedado’ en una celda en Bangkwang (a siete millas al norte de Bangkok) «no he leído sus libros, pero le voy a decir algo, esta no va a ser una novela negra, esta va a ser una novela de amor”.
No hay que confundir a Manuel con un lector como yo, como usted…, nada de eso. Él es uno de esos encantadores personajes que Gamboa nos presenta en sus creaciones literarias. De esos que aman y le ponen el moño a la tragedia, que nos hacen decir en medio de la rabia y la alegría: “porque no había leído este maldito libro antes”.
Desde luego que el amor de Gamboa o al menos el que refleja en sus libros es un amor con las tripas en la mano, a la colombiana, un acto de fe descarado, sincero, con hambre y los bolsillos pelados, ese es el amor verdadero.
Y fue eso lo que vivieron los personajes de esta historia, una relación de amor amparada en la fe de salir del mierdero colombiano, que guarda la esperanza de que todo va a ser mejor allá afuera, así sea muertos del hambre.
Leer ‘Plegarias nocturnas’ (Mondaori, 2012) es encontrar a Gamboa en plenitud. Padecer y reír con el sufrimiento de los otros (Manuel y Juana), que reflejan a diez mil, veinte mil, un millón de zombis criollos que vemos por televisión, o mejor, a sus tragedias las vemos en los ‘realitis’ del mediodía.
Este nuevo libro es el más reciente homenaje que el escritor de Necrópolis y El síndrome de Ulises hace al amor en tiempos de guerra. Un historia apasionante de una pareja de hermanos que se tienen el uno al otro, a nadie más, pero que el destino cruel repugnante y mezquino decide dividir.
Ella, Juana, aún estudiante de Sociología, viaja a Tokio huyendo de la mafia de cuello blanco para caer en manos de una mafia de prostitución nipona; y él, aún adolecente, aspira a desarrollar su vena artista en ebullición; todo esto en medio de una Colombia mal trecha, herida a punta de motosierra y plomo, gobernada por un presidente de apellido Uribe.
Dos mundos paralelos, una sola Vía Láctea.
Sabía que iba hacia el precipicio y doy agracias por haber llegado allí mal herido, torpemente remendado y confundido… casi de bruces. Me confundí con la muerte, quizá rodó una lágrima, pero era justo y necesario, esta era una novela de amor, no una novela negra.
“Eres un artista, dijo emocionada. Me dio un abrazo, se agarró a mí con todo su cuerpo y la sentí temblar. Luego me miró a los ojos y dijo: de ahora en adelante voy a trabajar para que tengas lo que necesites”.
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