Es admirble la valentía de la escritora Bonnett, al poner de plano su dolor, al contarnos su sufrimiento. Si bien, el drama de perder un hijo representa ya una herida profunda, la fuerza necesaria para escribirlo no es inferior.
Describo el libro como valiente. Exalto el trabajo de Piedad Bonnett, quien con total transparencia nos permite entrar en su intimidad, nos abre la puerta de su doloroso recuerdo y admite que tomemos datos de un drama que no terminará.
«Lo que no tiene nombre» (Alfaguara 2013) es una experiencia que difícilmente se olvida. Es el relato de una madre que sufre. Que perdió parte de su ser. Sin embargo, no pretende dramatizar, no pretende sanar. Son frases verdaderas, escritas por piedad Bonnett en un momento de esplendor. El triunfo de la derrota sobre la lucha por vivir.
Qué palabras tan conmovedoras. Leer «… Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer», es escuchar como corre la sangre por las venas y desemboca en el corazón.
Tomar la senda de «Lo que no tiene nombre» es entender parte del drama. Es una historia que no oculta nada, no es manual de actuación: es realidad (aunque ojalá no lo fuera). Es un diario de largos años de lucha. Quizá para nosotros, tímidos lectores, sea algo así como un salto al vacío. Un encuentro con nuestro propio drama a partir del sufrimiento ajeno.
Leyendo el libro de Piedad Bonnett no puede evitar estrellarme con un recuerdo que me ha perseguido por 20 años. Por entonces, un buen amigo me preguntó que si ese era un buen momento para morir… para matarse. Sin mayores reparos, con la experiencia que me daban los 18 cumplidos, le contesté que sí.
Hoy, cada vez que sé algo de él siento que su vida me perteneció por unos instantes. Tras largas noches pensado en cómo serían las cosas si el hubiera acatado mi consejo, comprendo que si se hubiera matado, yo también lo hubiera hecho. Nunca le he preguntado por qué no lo hizo (aunque su decisión me tranquiliza), pero sé que el no haberlo hecho hace que mi vida le pertenezca.
En el dolor de los demás encontramos nuestros propios dramas. Piedad Bonnett nos permitió conocer el suyo: su hijo Daniel murió tras saltar de un edificio en Nueva York. Hace dos años ocurrió este episodio. Trágico, cobarde, valiente, como se quiera, fue su decisión.
Parece lejana esta realidad, pero en verdad está aquí. Adentro.