Una misma noche

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La sombra del terror estaba intacta. Así lo supo Leonardo Bazán 27 años después del fin de la dictadura.

Los temores del pasado despertaron y la memoria colectiva activó su dureza. Estamos en Buenos Aires, es el año 2010. Videla parece un cadáver televisivo, pero por desgracia, para un grueso de la población, su manto de muerte aún se agita. Difuso, como se quiera, pero está ahí.

Bazán presencia el robo a una casa vecina, lo que activa sus recuerdos, reaparece lo que parecía olvidado. Aquello que creía propio de un archivo sin llave retira el polvo, en un acto que parece inconsciente. De hecho, no lo puede evitar, por más esfuerzo que haga.

 

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El “Proceso de Reorganización Nacional» (1976 – 1983) dejó en el pueblo argentino cicatrices que parecen intratables. Nadie duda de la ferocidad de las normas, ni de sus consecuencias. Nadie duda del sentimiento colectivo de miedo que dio lugar.

Hoy, ese sentimiento parece aflorar en escenas cotidianas, en la vida diaria, en la Argentina de carne y hueso que vivió una pesadilla llamada dictadura durante siete largos años.

Ese es el mensaje que Leopoldo Brizuela nos plantea en su libro ‘Una misma noche’, obra merecedora del Premio Alfaguara de Novela 2012.

Un relato en paralelo, con  de la marca indeleble que deja este periodo en un pibe, que luego se convertirá en escritor y asumirá con valor la culpa que también lo atormenta.

 

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Estamos en el año 1976. Leonardo Bazán es testigo del secuestro de una vecina de su manzana. Es un niño, pero sabe que algo raro ocurre. Se refugia en su piano. Toca, teme, escucha, siente miedo. Sentirá miedo. Pero su padre es funcionario…, por qué habría de sentir miedo. No lo puede entender en ese momento. Es una víctima más del terror.

Por qué se llevaron a su vecina. porque regresó mucho después en muletas. Qué le habrá pasado. Por qué en su casa no se habla de lo que pudo haber ocurrido con ella, con Diana Kuperman. Estará enferma. Es un niño y no tiene respuestas. Su papá sí las tiene pero no se las da. Tendrá que esperar varios años para entenderlo. Mientras tanto, podrá seguir tocando el piano.

 

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Algunas cifras hablan de nueve mil desaparecidos durante la Dictadura Argentina, otras, como las que manejan los grupos de Derechos Humanos no se quedan cortas y llegan a pisar los treinta mil casos.

 En 1977, solo un año después de la toma del poder por parte de los militares, se conforma el grupo ‘Madres de Plaza de Mayo’, integrado por madres de desaparecidos.

Según reposa en documentos oficiales, el 30% de los desaparecidos durante la dictadura argentina eran obreros. El 21% estudiantes.

Fueron robados cientos de niños a las madres que parían en los centros de detención. Algunos fueron vendidos o abandonados en institutos, otros fueron a parar a familias militares.

Existieron centros clandestinos de concentración de detenidos. Donde además, como consta en investigaciones realizadas, se torturaba y asesinaba.

Uno de estos ‘laboratorios del horror’, como se han llamado, era el ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). Se cree que existieron más de 300 en todo el país.

 

F3

 Estamos en el año 2010. Leonardo hace un descenso al infierno. Las cosas están más claras y eso las hace más tenebrosas. La luz se posa sobre las sombras y le da una imagen aun más macabra.

Bazán visita el ESMA, donde su padre pasaba la mayor parte del tiempo. Era su segundo hogar, recuerda ahora. Pero también fue ‘un agujero’ para cientos de argentinos.

De muchos de ellos nunca se volvió a tener noticia. “Qué papel cumpliría el viejo en todo esto”, se pregunta Bazán. Mientras pone a volar su imaginación al ver las paredes aún con gritos de terror pintados allí.

Es 2010 y Leonardo Bazán tiene miedo.

 

H3

Brizuela tocas las fibras de la que fue tal vez la época más dolora en la historia reciente de Argentina. Aquella que algunos quisieran borrar, pero que paradójicamente, otros miles se niegan a olvidar. Otros miles como Leopoldo Brizuela, que en una novela, a veces con vocación de revancha, mantiene viva la memoria de las víctimas y se pregunta a la vez, que hicieron quienes solo dejaron pasar el tiempo.

 

Leopoldo Brizuela

«Escribía a la hora en que nadie te puede interrumpir y generalmente eso se me da en los últimos tiempos, muy, muy temprano, que además, cuando uno envejece, se levanta cada vez más temprano. Y justo ahora, esta novela fue escrita entre las 6:30 y las 8:30 y 9:00, cuando mucho que ya empieza a sonar el celular y ya todo mundo te busca, y que los perros quieren comer, y bueno, los ritos son muy simples, pero uno necesita repetir siempre las mismas cosas.” http://www.elfinanciero.com.mx/item/36541/26

 

 

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