El regreso de Vargas Llosa a la escena literaria es quizá la primera parte de su canción de despedida. El héroe discreto (Alfaguara 2013) arde en melancolía.
Es una novela que sobresale por su su simpleza. Atrás quedaron las epopeyas históricas y los ensayos apocalípticos. La rueda vuelve a su lugar de origen. Vargas Llosa retorna a su Perú de carne y hueso. Caótico. con las fisuras sociales que Latinoamérica cultivó con el paso de los años. Con la delincuencia campante, cuyo reinado parece infinito.
La última creación del Nobel pareciera ser un homenaje a esos héroes anónimos. Personajes sencillos con motores de mediana intensidad, aunque con una pureza e impresionismo único. Este es uno de esos retratos. Una pequeña demostración de voluntad y fuerza de una lucha casi que titánica por devolverle al hombre su verdadero lugar.
El héroe discreto se desarrolla en dos lugares al tiempo.
Piura es una ciudad de casi 400.000 habitantes, fundada por Francisco Pizarro en 1532. Allí ha forjado don Felícito Yanaqué su obra: una familia modesta y una adulta empresa de transporte que presta sus servicios por agrestes carreteras peruanas.
El otro punto dentro de la novela está ubicado en Lima. Ciudad que ha visto crecer a notables empresarios, entre ellos Ismael Carrera, que ha forjado un imperio alrededor de una aseguradora, en la que su mano derecha es un conocido del mundo vargasllosiano, Don Rigoberto.
Estos dos personajes, Felícito e Ismael, terminarán por darle vida a la novela, que al final de manera magistral unirá las dos causas.
Por un lado, la de Don Felícito que no dará su brazo a torcer con los delincuentes que pretenden extorsionarlo. «Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo es la única herencia que vas a tener», le había dicho su padre antes de morir y quería hacer respetar esas palabras. Y por el otro Don Ismael, quien se siente traicionado por su propia familia y urde un plan para vengar la afrenta.
La calidad literaria del nobel peruano permanece intacta. Prueba de ello es la tristeza que produce llegar al final; la alegría que se vive al disfrutar de las ocurrencias de Fonchito; el rubor en las mejillas al espiar los juegos sexuales de Lucrecia y Rigoberto, la pena tras observar de reojo al sargento Lituma…
Aquí está Vargas Llosa. Todos los que amamos su mundo sabemos que está de salida, pero nos negamos a entenderlo. Nos produce melancolía asimilarlo. Este es un retorno del héroe para anunciarnos que la capa y el escudo protector pronto serán pieza de museo. Ese día volveremos a empezar.
10.10.13