Recuerdo que en mi educación básica, me enseñaron los fundamentos teóricos que desde la biología, me permitían reconocer conscientemente aquellos espacios de mi cuerpo que me conectaban con el mundo desde mi sensorialidad. Oído, tacto, gusto, olfato y visión, eran estudiados en esa estructura anatómica que me hacía posible disfrutar los colores de mis muñecas, la música de Enrique y Ana, la dulzura de los helados que mi padre me compraba al salir del parque, el calor del sol y la textura de la arena al correr por la playa o el aroma de las tortas de mi madre cuando estaban a punto de salir del horno.
Hacía consciente que tenía un órgano o sistema que desarrollaba cada función, que nos era común en nuestra condición de seres humanos. Eso lo aprendí. Lo que no aprendí era cómo funcionaba ese sentido del que tantos hablaban: el sentido común.
Hoy día evoco recuerdos de mi infancia y experimento la gratitud de haberlos vivido. Habrá quien estas mismas vivencias las recuerde con nostalgia o quien piense que debió tener otro tipo de vida y haya en sus pensamientos cierto juicio de injusticia. Esto depende de la interpretación que damos a lo que realmente hemos vivido y las emociones que activa en nuestro cuerpo, que nos predisponen a una u otra manera de actuar. Lo no común es la forma en que percibimos cada estímulo que llega a nuestra vida y la forma en que reaccionamos ante ellos.
Sin embargo, hablamos recurrentemente del “sentido común” como si todos debiesen razonar de la forma en que yo lo hago, ver las cosas como yo las veo, hacer frente a una situación lo que yo habría hecho o experimentar las mismas emociones que yo frente a un hecho determinado.
Quizás sea este uno de los espacios de mayores diferencias y causas de conflicto en el manejo de las relaciones entre los seres humanos. Realmente no sabemos cómo es el mundo, sólo sabemos cómo lo percibimos o cómo lo interpretamos. No existen percepciones acertadas o erróneas, sino sencillamente percepciones individuales y únicas, dado el ser humano que soy y todo el filtro emocional, corporal y mental que he construido a lo largo de mi vida, por el que pasa cualquier experiencia que tenga.
En este sentido, garantizar relaciones humanas saludables y respetuosas, pasa por hacer consciente que eso que llamamos “sentido común” no existe en grupo humano alguno, por cercano e íntimo que sea. Siempre habrá diferencias en nuestras percepciones, porque somos seres humanos únicos. Y estas diferencias enriquecen si somos capaces de escucharnos, respetarnos y hacer consciente que la integración de puntos de vista, percepciones y formas de actuar frente a determinadas situaciones, pueden llevarnos a resultados mucho más grandes, soluciones más efectivas y futuros más significativos y saludables, que las posturas cerradas, sordas y que se niegan a ver el mundo que me muestra el otro.
Maritza Rodríguez
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