Simpatía por el demonio: La incómoda verdad con la que vivimos

El refinado Satanás conversa con el científico Rick Sanchez (Rick and Morty, T1, E9.).

I

En la ya legendaria cinta de terror de George Romero Dawn of the Dead (El despertar de los muertos) de 1978, su protagonista Peter Washington (Ken Foree) nos dice: “When there’s no more room in hell, the dead will walk the earth” (cuando no haya más espacio en el infierno, la muerte caminará por la tierra). La escena recrea la más cercana realidad de un tele-evangelista apocalíptico, una especie de personaje mesiánico que captura a masas atemorizadas e indefensas con un discurso tan desconsolador como aterrador. La fuerza de su discurso está en el manejo de una oratoria cautivante y una serie de gestos firmes que llevan no sólo a la creencia en sus vaticinios, sino que también son el discurso en sí mismo, el discurso como acto de terror per se y en todo el sentido de la palabra, es decir, se asusta por lo que se dice y por cómo se dice.

Por otro lado, Max Horkheimer, uno de los grandes pensadores alemanes del siglo XX y referente de la conocida Escuela de Frankfurt (integrada por intelectuales de la talla de Adorno, Habermas, Marcusse, entre otros, y que se adherían a las teorías de Hegel, Marx y Freud), nos habla de las condiciones para la existencia de un Estado totalitario.

En primer lugar es necesaria la creación de un escenario caótico y desalentador marcado claramente por un antes glorioso y un después miserable; piénsese por ejemplo en la Alemania moral y militarmente destruida después de su derrota en la primera Guerra Mundial y de haber sido vejada por el tratado de Versalles. Hablamos de una Alemania que contempla en la miseria su enorme, exuberante y glorioso pasado y tradición. Una situación que padece su otrora aguerrido y talentoso pueblo que ahora anhela regresar a cualquier costo a esas épocas doradas.

En segundo lugar se debe crear y señalar a un responsable de tal situación tan lamentable, es decir, una ideología (y sus seguidores) capaz de reunir a la comunidad ansiosa de “cambio” en torno a la necesaria e inevitable incineración de dicha estructura (un partido político o una minoría suelen ser la mejores fórmulas). De esta manera la masa estará unida y presta al combate contra un “enemigo común”, que es además el causante de todos los males actuales pues sus valores y tradiciones contaminan y contradicen aquello normal y deseable para la mayoría: lo “nacional”. La historia muestra (pese a quienes lo niegan) que los Judíos fueron la herramienta idónea para esta parte de la trama.

Un tercer elemento de este exitoso cóctel es la presencia de una figura carismática con ademanes e ínfulas mesiánicas; una persona encargada de sacar al pueblo de ese prefabricado escenario de destrucción y caos para liderarla con mano firme y así recobrar ese pasado lleno de poder y vitalidad. Este personaje debe ser un caudillo, un emperador avasallante que cautive con sus formas, figuras y discursos, un personaje capaz de canalizar el odio de las masas hacia ese enemigo común; se trata de una persona, de un cuerpo, una voz, unos gestos, no puede ser una institución, debe ser egocentrismo exacerbado. Desde luego ya tenemos en mente nuestro mesías en esta trama, sí: Adolf Hitler.

Finalmente, se requiere de aquello que va a articular los tres elementos anteriores: un elevado y artificial sentimiento de patriotismo nacional. Una apelación a las más viscerales reacciones y sentimientos capaces de nublar cualquier racionalidad humana. En este punto, las formas y expresiones propias de la comunidad, que ansía desesperada un regreso a la gloria, son el lubricante para canalizar los ataques contra todo aquello que amenace su ilusoria identidad: los himnos, las banderas, el arte, la música, la naturaleza, las prácticas sociales, en fin, todo aquello que sea “autóctono” y represente “nuestra música”, “nuestros paisajes”, “nuestra historia”, “nuestros valores”, “nuestros héroes” y así. Hablamos entonces de “lo nuestro” algo con lo que nadie puede meterse, pues en últimas es meterse con “nosotros”.

Lo anterior es una patente, un modelo tan antiguo y efectivo como la misma guerra que genera. No existe en la historia una comunidad o Estado que haya sido inmune al proceso como el que se describió líneas arriba, pues todos, de alguna u otra manera, hemos visto esa película. Es una estructura atemporal y cíclica: justo cuando creemos que se ha aprendido de sus dolorosas lecciones aparece de nuevo para recordarnos que más sabe el Diablo por viejo que por Diablo. Basta con ver la película alemana, dirigida por Dennis Gansel en 2008, Die Welle (La Ola) para así entender esta cruel charada de la historia: aún las sociedades más liberales y demócratas están expuestas con fragilidad a Estados totalitarios y dictaduras feroces (con o sin conciencia de ello).

La conexión entre el totalitarismo y la crisis social del mundo contemporáneo es una de las grandes líneas argumentales del libro clásico de Jame Burnham The Managerial Revolution (1941), y de nuevo hoy asistimos a este particular bucle. Conscientes de ello o no, vemos caminar por la tierra caudillos mesiánicos que señalan responsables de la precariedad moral, económica e ideológica de su pueblo, que aterrorizan con su discurso para luego, con otro más apacible, calmar y retener a los pre-asustados borregos en la clásica estrategia de la zanahoria y el garrote. Son estos personajes los que se pavonean tratando de sellar la paz del mundo mientras amenazan con guerras tratando de mostrar quién tiene el cohete más grande. Son estos personajes los que espetan insultos y recortan las libertades de los que no creen en su Dios, no profesan su misma sexualidad, no comparten sus mismos valores o no aprecian los tesoros de su “patria”. Sí, son los Trump, Bolsonaro, Uribe, Duterte o Jong-un que caminan por esta tierra con poder y magia, con la pócima barata que le devolverá la felicidad y la prosperidad a los que sufren por el embate incontenible de los ateos, los drogadictos, las putas o los maricas. Son estos personajes los que parecen deambular por la tierra ante un infierno ya hacinado.

II

Mijaíl Bulgákov, escritor nacido en la actual Kiev (Ucrania), escribió en 1967 una de las novelas más importantes de la literatura soviética del siglo XX: El Maestro y Margarita.

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La historia se desarrolla en Moscú durante la década de los 30. Resulta que el mismísimo Satán ha decidido venir a la tierra para dar un paseo y así confundir a los frágiles mortales, un privilegio que sin duda puede darse el Rey del Infierno. Como buena deidad, Satán no muestra su verdadero rostro (sabemos bien que los mortales no son dignos de verlo en persona, o recordemos a Zeus), por lo que adopta la figura de Vóland un mago a quien lo acompaña un gato enorme, tan enorme como un jabalí, llamado Behemoth, una especie de gato asesino, negro como la noche y que camina en dos patas; un felino aficionado al ajedrez, el vino y las armas que trae la ruina a quien se cruce en su camino. Vóland también es acompañado de un sequito que incluye brujas y vampiros. Volánd, Behemoth y sus demás acólitos hacen y deshacen en Moscú confundiendo a los intelectuales y las élites rusas a la vez que buscan la corrupción de las almas que encuentren a su paso.

Volánd, que seduce Moscú bajo los placeres y formas carnavalescas, se presenta ante un par de escritores agnósticos: Berlioz y Biezdomny. El primero muere decapitado en un accidente de tránsito; el segundo será el cómplice del demonio disfrazado cuyo objetivo es la transformación de una sátira en una novela sobre una heterodoxa vida de Jesús en donde el héroe será Pilatos. Biezdomny, que está internado en un hospital psiquiátrico en suma tristeza por la pérdida de su amor,  sueña con el manuscrito de su novela, uno que él mismo ha destruido (en referencia al mismo Bulgákov que años antes había quemado la primera versión El Maestro y Margarita). Es ahí cuando se encuentra a un loco conocido como “El Maestro”, autor de dicha narración sobre Pilatos.

Margarita aparece entonces como la despechada esposa del Maestro. Ella acepta ayudar al demonio para así salvar la vida de su amor y se transforma en una bruja que sobrevuela Moscú. Su colaboración a Volánd le trae como recompensa la posibilidad de reunirse con su esposo y poder leer los capítulos de la nueva novela. Las intenciones de Volánd y su versión el mundo de Pilatos se convierte ahora en el eje de la novela.

La trama culmina cuando Behemoth, el gato infernal y sibarita, hace beber a la pareja, que ha recobrado el amor y sus mieles, el vino de Falerno (el preferido del procurador de Judea, Pilatos), envenenándolos para posteriormente resucitarlos en una mansión eterna donde Josué, el profeta, se reconciliará con el funcionario romano cuya cobardía lo precipitó al martirio y lo presentará ahora como un héroe.

El Maestro y Margarita trastornan la historia de manera desafiante al presentar el drama de Pilatos como ejemplarizante, basta recordar la trágica historia del procurador contada por Mateo en su Evangelio “estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él.” (Mt. 27:19) Vemos entonces cómo la mujer de Pilatos intercede a favor de Jesús, lo que llevaría más adelante a su marido al suicidio. Esta versión, confirmada luego por Eusebio de Cesárea, llevó a una santificación que la Iglesia oriental acabó por avalar. Bulgákov busca así restar importancia a la figura de Jesús, que al final no sería nada distinto a un charlatán carismático que recorre la tierra con historias fabulosas, tal como Volánd lo hizo por la Moscú de los años 30. En palabras de Christopher Domínguez Michael: “La novela del procurador, corazón de El Maestro y Margarita, debe, por ello, despojar al Cristo de su protagonismo. Le arranca el simbolismo supremo de la Cruz, sabiendo que, sin ella, el cristianismo es una ética judaica antes que una religión mistérica.”

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Bulgákov entonces nos muestra que charlatanes seductores deambulan por la tierra y lo harán por siempre; al colocar como héroe a Pilatos su mensaje es contundente: la historia no es como nos la cuentan, es una imposición del poderoso, y es la conciencia del poderoso lo que le interesa al autor ruso. El héroe, de nuevo, ¡es Pilatos y no Jesús! Un tirano humano, demasiado humano, como cualquier moral, lo que trae el recuerdo de la banalidad del mal de la que habló Hannah Arendt, una prueba irrefutable de que el mal es tan banal, tan simple y sencillo que puede hacerlo cualquiera, esa parece ser la enseñanza del demonio: el mal es simple ¡ven y hazlo!

Recordemos que Bulgákov inicia su novela con la referencia a las palabras del Fausto de Goethe: “Aun así, dime quién eres. Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien” para así enseñarnos que las personas poseen una moral vacilante y marcada por un deseo reprimido y  por qué no “natural” de hacer el mal, y en este orden de ideas sólo el demonio tendría el poder para dejar de contener esa moral asfixiante que impone el bien y retiene la maldad. Asistimos entonces a la posibilidad de tener simpatía por el demonio, simpatía porque esta figura que puede hacer lo que nosotros apenas imaginamos pero no nos es permitido realizar ¿cómo no querer ser un demonio entonces? Bulgákov nos lleva a ver cómo la inversión de valores puede ser un deleite en todos los sentidos, que el amor, aún por lo demoniaco, puede salvar en tanto sea amor: «¡Adelante, lector! ¿Quién te ha dicho que no puede haber amor verdadero, fiel y eterno en el mundo? ¡Que le corten la lengua a ese mentiroso! ¡Sígueme, lector, a mí, y sólo a mí, y yo te mostraré ese amor!” escribió el ruso.

III

Sympathy for the Devil, la icónica canción de los Rolling Stones compuesta por Mick Jagger, le pone música a la idea de Bulgákov y su obra. Se dice que Marianne Faithfull, novia de Jagger, le presentó la obra del ruso, y que el líder de los Stones la usó como inspiración principal (junto con otros escritos –como poemas de Baudelaire-) para la canción incluida en el monumental álbum Beggars Banquet, álbum que supuso un cambio frente al Rock psicodélico que había mostrado la banda en sus trabajos previos (Between the Buttons y Their Satanic Majesties Request) para retomar la vitalidad del Rythm and Blues con tintes afroamericanos y el Country auténtico de los primeros álbumes.

Sympathy for the Devil inicia con una percusión casi hipnótica, a la que poco a poco se suman sonidos bestiales para luego dar paso a la mística e inconfundible voz de Jagger que nos presenta a un caballero refinado que se presenta como un viejo ladrón de fe y almas (Please allow me to introduce myself, I’m a man of wealth and taste. I’ve been around for a long, long years, stole many a man’s soul and faith.” Esta elegante presentación demoniaca nos invita a pensar en un Satanás refinado y astuto, un encantador que se lleva la atención de quien lo conoce, todo lo contrario a la bestia inmunda que se nos ha mostrado. Esa misma imagen es la que nos recuerda el heroísmo de Pilatos en la novela de Bulgákov, del cual el mismo demonio se aseguró de que sellara el destino de Jesús (Made damn sure that Pilate washed his hands and sealed his fate).

La canción nos lleva con un ritmo único a todas las tretas y aventuras que el Demonio ha realizado en su paso por la tierra, desde la tentación a Jesús hasta la tragedia de la familia Kennedy; de esta manera nos enseña que todos hemos conocido de alguna manera a nuestro diabólico y refinado amigo, pero que lo que realmente nos fascina e intriga es su naturaleza y astucia (Pleased to meet you, hope you guess my name. But what’s puzzling you is the nature of my game –tengo esa línea tatuada en mi brazo derecho). De nuevo volvemos a este punto en común: la fascinación por el mal como algo apenas normal, desde policías hasta criminales se sienten tentados a cometerlo (Just as every cop is a criminal and all the sinners saints).

Finalmente, la canción invita a tener simpatía y respeto por el demonio (So if you meet me have some courtesy, have some sympathy, and some taste. Use all your well-learned politesse or I’ll lay your soul to waste). Se trata de un demonio que desea entendimiento con el ser humano y lo busca de una manera refinada placentera y amable, tal como el mismo Dios lo desea para sus comunicación con la humanidad, y las consecuencias del irrespeto son las mismas que el rey de los cielos pone sobre la mesa: sufrimiento eterno para el alma. Al final cabe la reflexión de que tanto el Demonio como Dios acuden a las mismas técnicas de seducción y a los mismos castigos.

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IV

¿Es posible tener simpatía hacia el demonio? Esta parece ser la pregunta que explica lo que ha acontecido en este escrito. Y la respuesta a ese interrogante parece mostrar que la respuesta es afirmativa. Sólo así se puede entender la realidad que se ilustró en la primera parte, es decir, el reconocimiento de esa faceta nuestra que es seducida por el mal resulta ser la base para la existencia de personajes que se pasean por la tierra con un mensaje de odio y de división (algunos más seductores y refinados que otros). La prueba de ello es que los hemos llevado al poder cuando esa sola idea era risible, cuando la sola imagen de personajes como Trump, Duterte, Bolsonaro o Duque no generaba siquiera un atisbo de popularidad y seriedad nos despertamos un día con ellos en el poder y nosotros mirándonos a la cara preguntando con desespero qué había pasado, en qué momento esto ocurrió. Recuerdo ahora las palabras de Bob Patiño (Sideshow Bob) en los Simpson y su justificación al fraude que le permitió ganar la alcaldía de Springfield, el villano lo hizo porque el pueblo: “lo necesita, su oscura conciencia puede hacerlos votar por los demócratas, pero en el pero en el fondo de su ser anhelan a un ser republicano de frío corazón que use la brutalidad con los criminales y los subyugue como un rey. ¡Por eso hice todo eso! ¡Para protegerlos de ustedes mismos![1]

Los regímenes totalitarios no están afuera, no son imposibles, no son novelas históricas traídas de Alemania o la Unión Soviética, están a unos pasos de nuestras casas, deleitando incautos con la banalidad del mal a través de demonios simpáticos. Esta parte de la naturaleza humana que ve en el mal algo simpático parece hoy estar agitada y valentonada, alimentada por estéticas hegemónicas y valores impuestos.

El mundo está dispuesto a “venderle el alma al Diablo”, pero no a ese cornudo sátiro que se alinea con el placer y la picardía, sino a ese demonio refinado que está dispuesto a hacer el trabajo sucio que soñamos pero que no nos atrevemos a concretar. Es esa la gran victoria del Diablo: hacernos creer que el mal no existe, dijo alguien. Yo considero que su gran victoria es recordarnos que el mal es parte de nosotros y que no hay nada que podamos hacer contra eso, sólo nos resta tenerle simpatía y respeto. De nuevo, sólo así se explica esta realidad que vivimos.

La Simpatía por el Demonio no es la perdición, es el reconocimiento de una coexistencia y el grito por la necesidad de convivir con esa situación, de mostrar respeto y buenos modales para un entendimiento entre dos extremos que luchan en el interior de cada persona. Yo lo decía Stefan Sweig en su obra La lucha contra el Demonio: “Pero ese demonio interior que nos eleva es una fuerza amiga en tanto que logramos dominarlo; su peligro empieza cuando la tensión que desarrolla se convierte en hipertensión en una exaltación.” Al final el demonio es eso: el demonio; y de él no podemos esperar nada distinto a engaños y promesas. La verdadera cuestión no es si debemos tenerle o no simpatía (pues incluso los villanos pueden generarla), es si dejaremos todo por sus ideas. Bien y mal son sólo palabras, importa lo que hacemos, las acciones que llevamos a cabo. Muchos han masacrado en nombre de Dios, que también puede ser un tipo simpatiquísimo, y también han mostrado respeto y buenos modales en su relación con él ¿acaso eso lo hace menos reprochable que el Demonio? De nuevo, los que matamos fuimos nosotros, fue nuestra elección.

Adendum

En el capítulo titulado “Something Ricked This Way Comes” (T.1, E.9) de la serie Rick and Morty, Rick Sánchez enfrenta al Demonio, quien adopta la figura de un mago, en una clara alusión a la novela de Bulgákov; y sí, el Demonio baja para confundir a los mortales con la ayuda de una inocente Summer (nieta de Rick) que parece recordarnos a Margarita.

Algunos de los mejores covers de la canción, a mi juicio, son hechos por: Motörhead (2015), Osbourne (2005), Sandie Shaw (1969), Blood, Sweat & Tears (1970), English doom metal band Sabazius (2008), Tiamat (1999), Jane’s Addiction (1987) y Guns and Roses (1994).

[1] Ver fragmento en: https://www.youtube.com/watch?v=yCkB9QTLY30

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1 comentario

    • Santiago el 7 marzo, 2019 a las 1:16 pm
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    Muy interesante y reflexivas tus opiniones, hicieron reflexiva la mañana de hoy.

    Saludos

    Santiago Sequeda

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