Juan Carlos Onetti (1909-1994) dijo en alguna oportunidad que «… la vida es uno mismo, y uno mismo son los otros”. Luego de mi último proceso digestivo entiendo quizá el porqué.
Leer ‘La vida breve’ (1950) es enfrentarse a un repertorio de fugas a lugares imaginados. Es acompañar a Juan María Brausen -personaje central- a una marcha desesperada hacia un mundo donde la vida no sea despiadadamente cruel, como hasta ahora lo ha sido. Ese lugar es Santa María: el Macondo celestial de la narrativa onettiana.
Brausen es un tipo tranquilo, aunque dado al fracaso, lo cual, empero, lo hace interesante, aun hoy, 62 años después de su creación.
El control de su vida o el lazo que le permite caminar en línea recta se ha roto por varias razones. Mencionemos dos. Imaginemos dos, mejor. La primera advierte que a su mujer, Gertrudis, le han amputado un seno por un cáncer. Esta situación lleva a Brausen a perder el sabor por la vida, lo trastorna al punto que el significado de las palabras amor, intimidad, sexo… ahora sea repugnante, asqueroso. Cruel. Creo que no cuesta mucho imaginar esta parte. Complicada, perversa, pero fascinante.
La defunción del segundo lazo que une a Brausen con la realidad es motivada por la pérdida del trabajo. Y es que perder un trabajo no es solo dejar de laborar (eso es lo bueno, realmente), es aislarse de un mundo que creíamos ganado, que pensábamos como nuestro. Es un desplazamiento forzoso y mecánico. Y de nuevo, es la pérdida de todo control, de una ‘realidad’ ganada, pero se va.
Al perder el control, ‘Brausen Desesperado’ vuela. Se transforma, se desdobla. Es uno, dos, tres, diez personas a la vez. Es un médico caprichoso que quiere ver las tetas de una mujer enigmática; es un asesino que desea mandar al más allá a un prostituta; es un traficante de narcóticos…, pero también es Brausen, a quien los ojos se le cierran al mirar a su mujer. No obstante, allí, en lo que era su tranquilo hogar, también hay una vía de escape: los sonidos de al lado; los sonidos de su querida vecina, prostituta y ruidosa de al lado.
En torno a este disparatado mundo gira la novela de Onetti, quizá su obra más representativa, y que significó el nacimiento de Santa María.
Confieso que me perdí en los laberintos de Brausen. Confieso que también busqué vías de escape al paralelismo de este personaje. Confieso que las sombras de la novela, por momentos, no me permitían ver las migas de pan.
La vida breve es eso y otro 99 por ciento más. Es un “dame la mano y te enseño a huir”.
Una frase de Juan Gabriel Vásquez en una columna titulada ‘Releyendo ‘La vida breve’, publicada hace algunos años en El Espectador, sintetiza muy bien el asunto. “Es una auténtica paliza, de la que sales agotado como si hubieses combatido con Cassius Clay en su mejor momento”.