Las ciudades en el mundo históricamente han sido construidas por y para los hombres. Es a la conclusión que se llega después de revisar la función social del hombre y la mujer a lo largo de los siglos en el mundo. En Latinoamérica el panorama es negativo; las cifras de abuso, muerte y violencia sexual ocurridos en el espacio urbano dejan al género femenino como un integrante vulnerable e ignorado en la consolidación urbana. En el presente artículo se analizarán algunos criterios de planificación históricos de las ciudades y se relacionarán con la percepción social que ha tenido la mujer. También se revisarán algunos mecanismos de inclusión y de mejoramiento de condiciones para mitigar su vulnerabilidad a nivel urbano.
«El espacio urbano determina cómo organizamos nuestra vida y nuestra comunidad, en definitiva, nuestra sociedad. Desde ese punto de vista refleja y reproduce los estereotipos de género con los que hemos crecido y convivimos. »
Horacio Terraza
Experto en desarrollo urbano – Banco Mundial
El papel de la mujer en la historia puede resumirse con una palabra: segregación. En la edad media, por ejemplo, la iglesia consideraba que las mujeres no tenían alma y eran un instrumento satánico; bajo estos preceptos justificaban la masiva persecución y la quema de brujas durante siglos. En el renacimiento, después de diez siglos de barbarie y cuando se suponía que la luz cultural había vuelto, la feminidad era mirada a través de una perspectiva aristotélica, es decir, subyugada por el hombre. “El macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad” señalaba Aristóteles. Por su parte, con la llegada de la Edad Moderna se mantenía que la mujer era propiedad del hombre y que dicha sociedad la necesitaba como dueña de casa y también como una figura la cual mostrar en la vida pública, honrada, fiel y por sobretodo casta; una continuación de la marginalidad.
Este panorama sombrío y hostil se mantuvo hasta el siglo XX. Con la llegada de la década de los años 20`s y la consecución del voto por parte de la mujer empezaron las transformaciones que en la actualidad aún reclaman cambios sociales y culturales radicales. El surgimiento del movimiento moderno a mitad de siglo llevó a que la planificación de las ciudades tomara a la estructura familiar tradicional como base y con esto al hombre como su jefe natural. Esta forma de ver la ciudad intentó racionalizar y estandarizar el espacio urbano mediante este análisis social y planteó intervenciones que continuaban segregando a la mujer a un segundo plano.
Como se puede observar, el nulo poder decisión en todos los ámbitos de la mujer y su papel doméstico máxime se encargó de que las condiciones físicas de las ciudades estuviesen completamente desligadas a sus necesidades de seguridad y bienestar. El hombre, por su parte, se encargó de crear un entorno que para él representó comodidad y coherencia con sus intereses laborales y sociales; este es el tipo de ciudad que hoy persiste.
Pero a pesar de que el cambio social es lento, hoy la mujer y la ciudad tienen una relación menos alejada y la composición social de la familia “estándar” ha mutado. En Colombia, por ejemplo, las cifras de la composición familiar demostraron cambios significativos. Según el Departamento Nacional de Planeación (DNP), se evidencia un aumento en los últimos veinte años en la tasa de jefatura femenina en el total de hogares al pasar de 23% a 35%, lo que implica que, en 2014, más de un tercio de los hogares tienen como jefe a una mujer. Esto conlleva cambios culturales asociados al reconocimiento de la mujer como líder del hogar y tomadora de decisiones aun con la presencia del cónyuge hombre, sin contar con el aumento de las madres cabeza de familia que son piezas sociales frágiles pues estadísticamente tienen mayor probabilidad de pobreza.
Así como en la modernidad del siglo XX el ordenamiento urbano reflejó los valores tradicionales de las estructuras machistas de su época, es momento de que el siglo XXI haga lo propio y comience a reconocer a la mujer como un agente de liderazgo social y por ende urbano. Los riesgos a los que se ven expuestas en las ciudades contemporáneas debe ser una razón suficiente para virar en la forma en cómo se conciben e incluir este factor como una directriz de planificación y diseño que merece un mayor detenimiento.
Mecanismos para disminuir la vulnerabilidad femenina desde la planificación urbana
- El liderazgo de la mujer en procesos participativos de planificación urbana se convierte en una herramienta fundamental para materializar en las ciudades sus necesidades y demandas en todas las escalas. Tomarlas como un factor diferenciado y especial sería una muestra del reconocimiento de su vulnerabilidad actual en el espacio urbano y un punto de partida para mejorar sus condiciones en las calles.
- Los sistemas de movilidad urbana deben ser solidarios con la población femenina. Los sistemas de transporte masivos se han convertido en espacios en donde la vulnerabilidad de la mujer se agudiza. Estos deben brindar alternativas efectivas de protección y prevención de abusos bien sea con vehículos diferenciados o mecanismos de denuncia prácticos y eficaces ante posibles casos de agresión.
- El diseño de un espacio público que brinde garantías para transitar y circular es vital para evitar las agresiones a la integridad física de la mujer. Parques, plazas, andenes y calles debidamente iluminadas y con vigilancia natural o policial han demostrado que disminuyen ostensiblemente los casos de violaciones, abusos, robos y asesinatos hacia las mujeres.
- La cultura ciudadana basada en el respeto por la mujer es la medida más importante que se debe tomar. Los cambios físicos que contribuyen a mitigar los flagelos a los que se ven expuestas no tendrán unos resultados considerables si se continúan propagando patrones de comportamiento machistas y abusivos amparados en las tradiciones que, como se ve a lo largo de este artículo, han respaldado la marginación de la mujer en todas sus escalas.