El padre de la teoría de la gravedad, Isaac Newton; los músicos Mozart y Beethoven y hasta el propio Einstein padecieron trastorno bipolar. El gran genio de la pintura Van Gogh sufrió de psicosis; e incluso Darwin, autor de la teoría de la evolución, tenía trastorno del pánico. ¿Existe alguna relación entre las patologías de estos genios y su talento? Aunque es algo probable, no convence a los escépticos.
No hay muchos lazaretos hoy en día, pero en el pasado eran muy comunes. Dondequiera que se busque sobre la lepra, se encontrará que ha sido considerada castigo divino debido a una conducta reprochable. Sin duda, la lepra es una enfermedad histórica envuelta en mitos y leyendas que se rehusan a morir.
Estas creencias son las que hacen que muchos leprosarios se mantengan en pie, tal es el caso del de Kalaupapa en Hawaii y el de otros ubicados en India y Japón. Aunque la lepra ya no representa un peligro para la salud pública, aún sigue teniendo mala reputación en la sociedad.
Esta es la historia sobre cómo Luis A. Calvo se contagió:
Los hombres siempre han sentido fascinación por los atajos y por quiénes les puedan brindar ayuda para llevar a cabo más rápido su cometido.
¿Cómo es posible que un niño de escasos recursos, con un limitado talento musical, se haya convertido en una figura pública en la Colombia de 1920?
Esta pregunta surge después de escuchar una conversación sigilosa, en uno de los antros más discretos de Bucaramanga. Esto fue lo que descubrí:
El pequeño empujón
Calvo fue un hombre que vivió en Colombia entre 1882 y 1945, y que al margen de los acontecimientos que marcaron el rumbo del país en esos años, se dedicó a la música.
No se explica a simple vista el hecho de que un músico no profesional, que no fue un referente para la historia de la musica, haya despertado tanta simpatía y euforia durante su trayectoría musical. Calvo fue un compositor de formas sencillas y pequeñas, tal cual lo expresa el historiador Daniel Ospina.
Luis sabía que su falta de técnica necesitaba un pequeño empujón para poder sobresalir y aparecer en los libros de historia, lo que no sabía era el alto costo que tendría que pagar.
Sus años maravillosos en Bogotá junto a los Panidas
La Constitución antifederalista, conservadora y unitaria de 1886, sumada a una fuerte influencia de la iglesia católica y a la separación de Panamá, tuvo un gran impacto en la juventud colombiana, ya que aumentó su inconformidad y esto incentivó la creación de muchos movimientos literarios y artísticos; entre ellos el de los Panidas, organización a la cual perteneció León de Greiff.
Aunque los Panidas habían nacido en Medellín, en 1916 algunos de ellos se trasladaron rápidamente a Bogotá cargando un equipaje ligero, ya que esta organización de intelectuales belicosos tenían como regla el tener un estilo de vida nómada y similar al de la sociedad de la Literatura Portátil.
Ya instalados en Bogotá, decidieron seguir con su rutina en uno de los cafés más conocidos de la época: el Café La Gran Vía. Allí conocerían a Luis. A. Calvo, un tipo de aspecto algo tosco, ingenuo y con buenas intenciones, ávido de una aventura citadina completa.
En el trascurso de un poco más de diez años, Calvo pasó de ser un migrante desconocido en Bogotá, con profundas carencias económicas una educación musical incipiente y remotos prospectos de éxito, a ser un músico medianamente formado en lo académico, pero suficientemente reconocido como intérprete y compositor. En pocas palabras, entre 1907 y 1916 se convirtió en un personaje famoso en esta ciudad.
No contaba con la parla del caricaturista Ricardo Rendón
Conocido nacionalmente por ser el creador de la célebre ilustración de la marca de cigarrillos Pielroja, Ricardo Rendón fue un caricaturista y retratista implacable con gran capacidad de abstracción. Tal vez esa capacidad analítica fue lo que atrajo a Luis A. Calvo, ya que fue Rendón quien le convencería de suicidarse.
Las habilidades de Rendón para convencer gente
Al mejor estilo de Charles Manson, el caricaturista tenía una filosofía de encontrar personas con carencias, para con ellas entablar un culto al rededor del suicidio. Su habilidad para leer gente y transformarse en una persona agradable a su interlocutor, le dio las herramientas necesarias para convencer a Calvo: él era el especimen perfecto para empezar sus actividades suicidas en Bogotá.
Aunque Rendón se mató años después de este primer encuentro con Calvo, el daño ya estaba hecho y el músico encontraría su fatídico destino más temprano de lo esperado.
El diablo en la botella
Años antes de suicidarse, cuando apenas había llegado a Bogotá, Luis supo que debía encontrar una ventaja frente a sus rivales musicales. El tipo de ventaja que buscaba no se la podía brindar ningún incipiente conservatorio de la época, ni siquiera el mismísimo Guillermo Uribe Holguín podía hacerlo. El espíritu guane que residía en él, lo empujó a buscar la ayuda de lo divino entre lo más recóndito de la naciente fauna bogotana.
Luis decide ir a la calle 12 con carrera 10: un lugar donde el comercio informal se mezcla con la brujería. Parece que un artefacto lo estaba esperando: a los minutos de llegar y entre carpa y carpa, patea sin querer una botella de panza redonda con cuello muy largo, el cristal era de un color blanco como el de la leche, con cambiantes destellos irisados en su textura. En el interior había algo que se movía confusamente, algo así como humo y un trozo de papel.
Al recoger la botella, se dio cuenta que alguien lo miraba a través de una cortina traslúcida desde uno de los asentamientos de esta calle. Era el vendedor de esa botella: un hombre maduro, rapado y de barba blanca. Este haitiano solía dejar los objetos que quería vender, a su suerte en los pasajes cercanos a su carpa, para que la gente los encontrara y así convencerles de que el destino los había traído hasta ese lugar.
El negro le hizo un gesto a Luis para que entrara en el local improvisado dentro de la carpa y le preguntó: «¿Le gustaría tener fama en esta vida?»
Suspirando, Luis asintió con la cabeza a lo que el bokor le hizo una segunda pregunta: «Tiene algún dinero, ¿cierto?», Luis asintió de nuevo con la cabeza.
Calvo sabía lo que estaba buscando, le pagó una ínfima cantidad de centavos por la botella y marchó antes de que el brujo le describiera casi todas las particularidades de la botella.
El argumento fatal del caricaturista
Volviendo a Ricardo Rendón, se sabe que para inicios de marzo de 1916, ofreció una gran fiesta donde uno de los invitados predilectos fue Luis A. Calvo.
Un sinfín de champagne, coristas, bailarinas y contrabandistas; uso de trajes formales y literarios, máscaras y mujeres desnudas… nunca se sabe a quiénes encontrarás en las fiestas: podría ser un viejo enemigo, un viejo amigo o un viejo amigo que se ha convertido en un enemigo. Podrías encontrarte con un ex-amante, con tu próximo amante o te puede seducir la muerte, tal cual le pasó al joven músico, ya que el caricaturista no cesaba de fascinar a Calvo sobre la belleza del suicidio por encima de cualquier superstición. Morir joven era todo lo que se necesitaba para ser recordado por siempre en la historia. Estas palabras retumbaron en la cabeza mareada del músico.
No se saben todos los detalles, cavilaciones y ramas por las cuales ambos recorrieron la noche en una tertulia magnífica, pero sí que el único resultado de este aquelarre fue un Luis embriagado con alcohol y envenenado con una sobredosis de cocaína. El hijo predilecto de Santa Fé de Gámbita murió esa madrugada, pero nadie se enteró… ni él mismo.
El despertar de un ruiseñor: el nuevo hogar de Calvo
Para 1916, Luis ya tenía resuelta una parte considerable de su legado estético, era toda una celebridad distinguida y podía participar con suficiente alborozo de varias de las ofertas que en materia de recreación le ofrecía una aún polvorienta ciudad de Bogotá. Las condiciones de salubridad capitalinas no eran las mejores: una gran parte de los establecimientos y residencias aún eran muladares, ambiente propício para enfermedades como la lepra.
Los síntomas incómodos de la enfermedad de Hansen, como también se le conoce a la lepra, empezaron a manifestarse en su cuerpo. Se llegó a pensar, primeramente, que se trataba de las consecuencias de llevar una vida no tan apegada a las directrices de la Regeneración.
No cabía duda, era lepra. La noticia fue devastadora para todos sus allegados. Las carencias materiales y las adversas condiciones habitacionales sufridas por Calvo durante sus primeros años en la capital, le pasaron una costosa cuenta de cobro. La última quincena de marzo fue dolorosa para Calvo: su vida se fue al traste. Días después, se trasladó al campo de concentración para leprosos más famoso de Colombia: Agua de Dios, un caserío de tierra caliente en Cundinamarca.
¿Realmente fue lepra?
¿Por qué don Luis A. Calvo no sufrió de las burlas y persecuciones a las que estaban habituadas las personas señaladas de tener lepra? ¿Qué tenía Calvo para ser diferente?
Tenía una botella
Cuando Luis salió afanado de la carpa de la calle12 con carrera 10, sin escuchar minuciosamente al bokor, el brujo vudú, no se imaginó que realmente esa baratija le saldría muy cara. La botella tiene vida y legislación propia, se gobierna a sí misma.
Esa botella es conocida por albergar una entidad vudú. El historiador Robert Louis Stevenson detalla claramente en su magistral obra «El diablo de la botella«, todas las peculiaridades de este artefacto maldito:
Una entidad divina vive en ella. Cuando un hombre compra esta botella el diablo o el Loa Sobo que vive dentro, se pone a su servicio; todo lo que esa persona desee: amor, fama, dinero, talento, será suyo con sólo pedirlo. Napoleón tuvo esta botella, y gracias a su virtud llegó a ser el rey del mundo; pero la vendió al final y fracasó. El capitán Cook también la tuvo y por ella descubrió tantas islas; pero también él la vendió y por eso lo asesinaron en Hawaii. Porque al vender la botella desaparecen el poder y la protección; y a no ser que un hombre esté contento con lo que tiene, acaba por sucederle algo.
Robert Louis Stevenson
Pero había algo más…
Hay un inconveniente con el Loa de la botella; si un hombre muere antes de venderla, volverá a la vida con una inmensa maldición en su cuerpo.
Robert Louis Stevenson
Sin duda alguna, la muerte prematura de Calvo precipitó la maldición de la divinidad vudú encerrada en la botella.
Calvo murió en Juan de Dios, pero nunca se encontró su cuerpo. Los lugareños dicen que no soportó la agonía de la lepra y decidió matarse. Lo que no sabían los habitantes es que Calvo ya había muerto muchos años atrás y que realmente no tenía Lepra; Luis A. Calvo sigue vivo, ¡es un zombie!