I
Antonio Prohías fue un caricaturista cubano nacido en 1921y recordado por su icónica obra de humor gráfico Spy vs Spy (Espía vs Espía), una viñeta en blanco y negro publicada desde 1961 por la revista norteamericana MAD (sí, la misma que fascina a Bart Simpson y que conoció en su viaje a Nueva York). Los personajes de esta tira cómica son dos espías, uno blanco y otro negro, que tratan incansablemente de acabar el uno con el otro en una clara alusión a la guerra fría. Las situaciones de la caricatura se tornan graciosas cuando los intentos de los espías por eliminarse mutuamente se rebelan contra ellos mismos. Al final, la obra se considera una sátira política de carácter contrarrevolucionario pues la intención del autor fue, principalmente, cuestionar el régimen comunista de Fidel Castro en su natal Cuba, de hecho, por su constante crítica al líder cubano Prohías recibió amenazas y decidió autoexiliarse en los Estados Unidos, país al que viajó el 1° de mayo de 1960, tres días antes de que Castro aboliese la libertad de prensa en la isla. Irónicamente, dirá el caricaturista, las críticas del régimen cubano a su obra y la persecución que sufrió, fueron la base de su éxito: “La venganza más dulce ha sido convertir la acusación de Fidel de que yo era un espía en algo con lo que hacer dinero”, dijo Prohías en una entrevista al Miami Herald en 1983. Por su trabajo, Prohías fue galardonado en seis ocasiones con el más importante reconocimiento para caricaturas de Cuba: el Premio Juan Gualberto Gómez. Artistas gráficos de la talla de Art Spiegelman (ganador del premio Pulitzer y creador de la famosa obra gráfica Maus) han indicado la importancia del trabajo de Prohías y su personalidad: “Conseguir ser publicado es muy importante para un joven dibujante, y de alguna manera tengo que dar las gracias a Antonio Prohías por ayudarme a iniciar mi carrera” afirmó Spiegelman en alguna ocasión.
Como se indicó, la caricatura de Prohíbas era una representación de la guerra fría, una guerra de la que el mundo empezó a hablar hacia finales de la década del 40 (1946-1947) y que presenció su final en los estertores de la década de los 80 con la icónica caída del muro de Berlín y la ruptura de los regímenes políticos de Europa del Este.
El imaginario colectivo asume que el gran derrotado de esta guerra fue el socialismo real, dejando como ganador al capitalismo que ahora se afianzaba en un mundo libre. Esta situación mereció numerosos análisis, sin embrago una interesante reflexión acerca de si se había llegado al fin de la historia se puede ver en la obra de 1992 escrita por profesor estadounidense, de origen japonés, Francis Fukuyama titulada “El fin de la historia y el último hombre” (Ed. Planeta). Básicamente, la tesis de Fukuyama sostiene que la historia, entendida como una lucha de ideologías, se ha terminado; así las cosas, la democracia liberal ha triunfado de manera incontestable dando fin a la guerra fría. Basándose en la obra de Hegel, Fukuyama afirma que la caída de los regímenes comunistas demuestra que la única salida viable la democracia liberal y al capitalismo como único modo de producción racional, de esta manera las ideologías son reemplazadas por realidades económicas que resultan al final determinantes. Como conclusión, las ideologías ya no son necesarias en tanto sucumben ante el escenario económico, una clara muestra de determinismo económico, si se quiere, de corte marxista.
Lo anterior se sostiene bajo una premisa irrefutable, según la cual el capitalismo como modelo económico de producción (e incluso como modelo ideológico ¿por qué no?) es la respuesta final de la historia, esto bajo el entendido de que sus postulados no pudieron ser derrotados por el modelo antagónico radical: el comunismo. De esta manera, se rompe la historia que nos ha mostrado que a toda tesis ideológica o política le sigue una antítesis que la supera (materialismo histórico) como una constante inquebrantable. En nuestro contexto, la caída del comunismo confirma que el capitalismo no pudo ser derrotado por su antítesis representada en el pensamiento soviético, por lo que, inevitablemente, acudimos al fin de la historia como lucha de ideologías: el capitalismo ha probado ser el mejor, el vencedor, además, no se vislumbra un modelo oponente lo suficientemente robusto que sea capaz de destronarlo. “El problema de la historia humana puede verse, en cierto sentido, como la búsqueda de la manera de satisfacer el deseo de reconocimiento mutuo e igual de señores y de esclavos; la historia termina con la victoria de un orden social que alcanza esta meta” dijo Fukuyama en su obra. La victoria de Estados Unidos en la guerra fría supuso el triunfo de un modelo económico, y subsidiariamente una ideología, que se afianzan cada vez más, dejando en el aire interrogantes acerca de si no hay nada más allá del modelo capitalista, o si será este el fin de nuestra historia concebida como lucha ideológica. Para muchos la sola afirmación del capitalismo como respuesta definitiva es aterradora.
Debe indicarse que un elemento importante de la guerra fría fue el constante estado de tensión, que por más de 40 años se mantuvo entre las partes involucradas, situación que tuvo altas y bajas, hasta llegar a verdaderos momentos que dejaron al mundo sin respiración. Esta tensión suele ser dividida en etapas: La primera es la denominada etapa de «contención», a la que sigue una de «distensión», para luego hablar de una etapa de «coexistencia pacífica» y, finalmente, una etapa de «cooperación entre sistemas» (Perestroika). La evolución de esta guerra es entonces el cuadro de un movimiento histórico que partió de un nivel máximo de tensión -que incluía un riesgo real de guerra nuclear- y que tendió a suavizarse progresivamente para culminar en una etapa donde el diálogo y la cooperación eliminan las tensiones y conllevan a una relación cordial entre las superpotencias que aleja el peligro de una confrontación. De esta manera, la guerra fría terminó siendo un estado mental, una guerra psicológica que enfrentó dos estéticas, dos formas de ver el Estado, la economía y la política, pero que nunca llegó a una confrontación bélica real y efectiva; se trató de un periodo de más de 40 años de intentos y sustos que marcó profundamente la forma de cómo veíamos y vemos el mundo.
II
Forest Hills, un sector de clase media ubicado en Queens, Nueva York, fue el lugar donde se gestó una de las bandas legendarias del Rock and Roll: los Ramones. Se cuenta que, uno de sus miembros fundadores Dee Dee Ramone (cuyo verdadero nombre era Douglas Colvin) decidió el nombre de la agrupación al tomar el apellido con el que Beatle Paul McCartney se registraba en los hoteles para evitar ser reconocido (firmaba como Paul Ramone). Así, en adelante, todos los integrantes de la banda llevarían el apellido Ramone, Jeffrey Hyman sería Joey Ramone, John Cummings sería Johnny Ramone y Thomas Erdélyi sería Tommy Ramone que, junto con Dee Dee, fueron los miembros fundadores. Con el tiempo, varios llegaron y se fueron, pero el apellido se mantuvo, eran una familia, una familia feliz (como el título de una de sus canciones).
En el famoso bar neoyorquino CBGB (recomiendo ver la película CBGB de 2013, dirigida por Randall Miller y protagonizada por Allan Rickman –Severus Snape en Harry Potter– en el papel de Hilly Kristal, dueño del mítico bar) un 16 de agosto de 1970 se dio el debut oficial de los Ramones, desde entonces nada en el mundo del Rock sería igual. Había nacido una banda legendaria.
Representante de la ola punk de Nueva York, junto con bandas como Blondie o Talking Heads, Ramones conquistó la fama gracias a su onda anti-intelectual y a sus canciones cortas pero llenas de energía y desenfreno. De esta manera, Ramones se acercaba a las raíces del Rock and Roll de los 50 y los 60: ritmo acelerado, letras pegajosas y presencia contestataria. En suma, la música de los Ramones era una reacción contra el rock complejo, pensemos por ejemplo en Pink Floyd, de esta manera volvemos a la vetusta discusión acerca de si el Rock and Roll es un género para intelectuales o, por el contrario, es un estilo sin sentido que sólo busca generar pasión antes que reflexión. En varias entradas de este Blog he comentado esta situación: en una esquina Bob Dylan y Pink Floyd, en la otra Ramones y AC/DC, en una lucha eterna por determinar si el Rock es pasión antes que mensaje, lírica contra ritmo.
Ramones fue una banda que influenció tanto la música como la estética del Rock, artistas de la talla de Green Day, Red Hot Chili Peppers, The Offspring y Blink 182, entre otras, son una remembranza a esta agrupación que marcó a toda una generación, un producto norteamericano de calidad y sin nada que envidiar a los representantes más encumbrados de la escena rockera británica (cuna además del punk), de hecho, a mi juicio ese es el gran valor de los Ramones: ser capaces de triunfar en un mundo musical que aparentemente estaba diseñado para el dominio de la tierra de la reina Isabel II. La historia del Rock and Roll norteamericana está plagada de bandas que quisieron ser la “versión americana” de las legendarias agrupaciones británicas, al final, considero férreamente que Ramones no sólo igualó, sino que superó con creces los orígenes, influencias y modelos europeos.
Para ver el peso en la historia de una banda de Rock, más allá de nuestro gusto, basta ver el grado de penetración cultural que ésta ha tenido. En este apartado, los Ramones han probado ser una agrupación mítica; es imposible desconocer la apariencia física de sus integrantes: cuatro flacos con jeans desgastados, chaquetas de cuero negro, zapatillas blancas, apariencia descuidad y cara de pocos amigos. Es imposible también desconocer su fabuloso estilo y ritmo, pues al final, todo en los Ramones es ritmo, basta escuchar canciones como I wanna be sedated, Blitzkrieg Bop, California Sun o Havanna Affair.
Era hora de hablar de una de mis bandas favoritas, y usé una de sus canciones como excusa para ello. Todo tiene que ver con todo dicen por ahí, entonces que una caricatura, una reflexión geopolítica y el fin de la historia como lucha de ideologías se unan para poder hablar de los Ramones, una banda épica.