I
El Blues como signo de rebeldía y perdición
No se puede amar el Rock and Roll si no se ama el Blues, es un axioma, es una condición necesaria, es un principio como los de la lógica. La razón está en que, como muchos ya lo saben, el Blues es la raíz del Rock y todo acorde de guitarra, desde Eric Clapton, pasando por Keith Richards, hasta los hermanos Young (Malcolm y Angus) está dotado de la maravillosa herencia blusera. Cuando escuchamos una buena canción de Rock, en el fondo estamos contemplando la supervivencia de un género musical tan místico como cautivante, de un género que será eterno.
El blues es el lugar común de la música popular, es el género que nació de la pobreza y se estructuró como un escape de la realidad horrorosa de los negros en los inicios del siglo XX en los Estados Unidos. El Blues no nació en las iglesias como muchos sugieren, el Blues nació en los campos, con hombres que anhelaban libertad de su trágica vida de esclavos y que en la música hallaron el bálsamo para su emancipación espiritual. Así, el Blues nace con el alma revolucionaria y ansiosa de libertad que trascenderá a su hijo más conocido: el Rock and Roll. El Blues es también la herencia de los perseguidos, de los extraños, de los raros, de aquellos que no encajan y son discriminados en tanto es un grito poético que trata de describir la melancolía, anhelos y frustraciones de una clase marginada y pisoteada. El legendario Son House (quien tendrá un papel importante en esta historia) dijo alguna vez: “La gente me sigue preguntando dónde surgió el Blues, y todo lo que puedo decir es que cuando yo era un muchacho, siempre estábamos cantando en los campos. En realidad no cantábamos, ya sabes, gritábamos, pero inventábamos nuestras canciones sobre cosas que nos estaban sucediendo en aquel momento, yo creo que es ahí donde empezó el Blues.”(citado por Cohn, 1994, p. 14)
No es extraño entonces que el Rock tenga esa actitud rebelde y emancipadora, ha heredado ello de su padre. Se dice que el Rock nunca morirá y esto se debe a que el Blues está destinado a la inmortalidad también; inmortalidad que se cimienta en la exclusión de lo tradicional y sus formas. La banda española Extremoduro dice en su canción Ama, ama, y ensancha el alma: “De pequeño me impusieron las costumbres, me educaron para hombre adinerado, pero ahora prefiero ser un indio, que un importante abogado”, pues bien, es esta declaración la muestra de que el Blues recorre las venas de Rock. Nuestros héroes del Blues son la viva representación del mal estudiante, del tipo sin chances de ser “gente de bien” (como diría la derecha colombiana), de aquel personaje destinado a no ser alguien más que un peón o un perdedor, pero con un talento increíble para algo que no era bien visto. El Blues entonces viene del alma y de la experiencia, sólo hay que transmitirlo a través de la guitarra y ya está, como lo dice Wesley Curley Clark: “Cuando crecí y empecé a tocar, realmente no tuve que estudiar mucho. Todo lo que tenía que hacer era sacar por mis dedos las cosas que ya sabía y que sentía por la experiencia.” (Pedro, 2015, p. 5)
No es extraño tampoco que el Blues (y desde luego el Rock) nunca haya sido bien visto. De hecho su asociación con el Diablo y lo sobrenatural es apenas una consecuencia de esta mala fama. Se trata, nada más y nada menos, que la música en su etapa más cautivadora, esa que aleja al hombre de sus deberes y formas racionales. Hablamos de la música que envuelve como un poder irresistible, de ahí que asociarla con el Diablo es apenas normal, más si se tiene en cuenta que el Blues era la distracción de los hombres del campo de las primeras décadas del siglo XX, era un gusto tan envolvente que los alejaba de la iglesia, razón por la cual los Predicadores decían a las esposas de aquellos ausentes a las misas, que el Blues era la música del Diablo para alejar a sus esposos de los deberes religiosos. El Blues era la amenaza de ruina, el signo de la perdición.
Es el Blues entonces la punta de lanza de la música rebelde por excelencia, la muestra de la lucha contra la mediocridad y lo cotidiano. Es la música emancipadora por excelencia, es la visión de la hermenéutica de Wilhelm Dilthey hecha género musical, me refiero a las vivencias hechas música, al alma del individuo que presenta sus sueños y desventuras con una guitarra y que busca la trascendencia. Toda canción de Blues es la expresión de un alma solitaria que hace la historia.
II
Robert Johnson y el Diablo
Robert Johnson murió a los 27 años y sólo grabó 29 canciones. Sólo se conocen dos fotos de él y ni un sólo vídeo se puede encontrar para dar fe de su presencia en vivo. Su hijo jamás pudo hablar con él y tan sólo lo vio en dos ocasiones. Bajo este manto de misterio yace la vida de una verdadera leyenda del Blues, muchos afirman que el mejor de la historia, otros que el primero, pero más allá de estas discusiones, sin lugar a dudas, se puede decir que es el más influyente.
No existe canción de Rock and Roll que sea inmune a la obra de Johnson. Un hombre que siempre quiso trascender, ser una estrella y vivir de la música en una época y un lugar en que francamente ello era una sentencia de muerte, era el Johnny B. Goode por excelencia. De Johnson, el apelativo más común que se usa al describirlo es “sobrenatural” (lo dice Keith Richards por ejemplo), ya que su legendaria forma de tocar la guitarra, sus letras y composiciones, fueron únicas e inmortales, pero al mismo tiempo rodeadas de un misterio que sólo acrecientan su legado. Es el primero que usa el slide de guitarra, su precisión y sincronización es asombrosa y cuando Johnson toca parece que tocan tres o cuatros guitarristas, pero en realidad sólo es él.
La vida de Johnson es una metáfora en sí misma, es la esencia del Blues que referencié líneas arriba: un alma que no aceptaría estar destinada a trabajar en un campo de algodón y que vio en la música la única posibilidad de ser libre, tanto física como mentalmente. A los 18 años Johnson se enamoró de Virginia Travis, y el amor por ella lo hizo renunciar a su noble y rebelde ideal de dejarlo todo para dedicarse a la música; de esta manera regresa a trabajar al campo y abandonó su guitarra y sus sueños. Virginia, con ocho meses de embarazo, decidió ir a donde sus familiares para dar a luz a su primogénito. Durante la ausencia de su esposa la guitarra llamó de nuevo a Robert, quien eligió volver a tocar en los pueblos. El parto de Virginia se complicó y tanto ella como el bebé mueren. Johnson queda devastado por la noticia, y por las acusaciones de la familia de Virginia que lo señalaban de tocar la música del Diablo mientras su esposa e hijo fallecían sin su presencia (les recomiendo escuchar el tema “Love in vain”, que retrata este triste momento). Johnson entiende por primera vez la relación trágica que la música le traería, ser una estrella le costaría.
Tiempo después, hacia 1930 Son House (del que se habló anteriormente) y Willie Brown, dos conocidos artistas del Blues, escuchaban a un Robert Johnson que no tenía el talento suficiente para entretener al público. Pese a los intentos de Robert por impresionarlos, House y Brown rápidamente lo excluyeron de sus conciertos. Un día Johnson dejó de ir y simplemente desapareció del Delta del Mississippi, era como si se lo hubiese tragado la tierra. Casi un año después de que Robert se hubiese desvanecido, House y Brown tocaban en el pueblo de Banks, Mississippi, cuando de repente Johnson entra al lugar con guitarra en mano (guitarra con 6 cuerdas y no 5 como era la costumbre) y ante la sorpresa de éstos Robert les pide de nuevo una oportunidad para tocar, algo a lo que ellos acceden ¡Y el mito se creó y la leyenda nació! Un riguroso, ágil y sobrehumano Robert Johnson toca “They’re Red Hot” y la historia del Blues, el Rock, y la música cambió para siempre.
¿Cómo un guitarrista que hace un año no tenía habilidad alguna para la guitarra regresó con semejante poder? ¿De dónde y cómo lo obtuvo? Eran las preguntas que House y Brown se hacían mientras observaban al público enloquecido por la presencia de Robert. Era algo inexplicable y sobrenatural. Se dice desde entonces, que Robert Johnson, el músico inexperto, casi amateur, ante el rechazo decidió ofrecer su alma al Diablo en una encrucijada (crossroad). Esta fantasía cobraba más y más fuerza a medida que las letras de las canciones de Johnson eran escuchadas y referencias a la brujería y el vudú eran descubiertas (por ejemplo en temas como “Hellhound on my trail”, “Come on in my Kitchen” o “Me and the Devil Blues”).
Otra versión acerca de cómo Johnson obtuvo su impresionante mejoría indica que aprendió de su mentor Ike Zimmerman mientras los dos ensayaban día y noche en el cementerio de Hazlehurst, Mississippi. Zimmerman bromeaba diciendo que ese era el mejor sitio para practicar pues así el sonido de la guitarra de Robert no molestaría a nadie. Sin embargo, esta oscura forma de practicar llevó a la misma conclusión: el Diablo tenía el alma de Johnson y a cambio le había dado un talento sobrehumano.
La extraordinaria vida y monumental obra de Robert Johnson nos muestra que grandes personajes de la historia de la música trascienden sólo en la medida en que escapan a la rutina y a lo común y esto no puede ser de otra manera. Las vidas planas, sin misterio y sin picos de rareza no combinan con la vida de aquellos que cambian los paradigmas, ese es el toque que hace de las estrellas musicales seres cautivadores y únicos.
Robert Johnson murió a los 27 años envenenado por el marido de una de sus amantes, y se unió al “Club de los 27”, ese club maldito del cual hacen parte Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse, todos ellos murieron a los 27 años. Quizás ese era el precio que pagaron por su descomunal talento y fama, quizás ese fue el precio que el Diablo exigió por una vida fuera de lo común y destinada a ser legendaria.
La influencia de Robert Johnson está en todo el Rock, está en los acordes de Keith Richards, en la melodía de Eric Clapton y el las letras de led Zepellin, quienes en el tema The Lemon Song cantan: “Squeeze me baby, till the juice runs down my leg. I’m gonna fall right out of bed”, una frase de las canciones de Johnson.
III
Dos canciones de Robert Johnson
Cross Road Blues: Su primera aparición es en 1936 y es verdaderamente mítica. Posee “el sonido típicamente fragmentado y rítmico de cadencias vocales lastimeras que tanto han atraído a las estrellas del Rock de los 60 y los 70.” (Dimery, 2011, p. 29) En el cruce de caminos (crossroads) 49 y 61 a la altura de la ciudad de Clarksdale, Mississippi, fue donde se dice que Johnson vendió su alma al Diablo. Eric Clapton y su banda Cream crearon una memorable versión con su tema “Crossroads”. Esta historia también inspiró la película “Crossroads: hasta el final” (1986), dirigida por Walter Hill y protagonizada por Ralph Macchio, quien al final del filme se ve inmerso en un fascinante duelo de guitarras con el mismísimo Steve Vai.
Hellhound on my trail: Grabada en Texas en 1937, esta canción nos muestra las alucinaciones de un Johnson que habla del perro del infierno que surge de la forma en la que Robert rasgaba su guitarra. La canción produjo miedo entre los religiosos habitantes de la región y ayudó a fortalecerla imagen diabólica de nuestro héroe del Blues. También se dice que es una metáfora acerca de cómo los hombres de color debían estar huyendo constantemente de la persecución y el abuso de los blancos, que, como sabuesos del infierno los perseguían sin descanso.
Referencias:
COHN, Lawrence (1994). Solamente Blues: la música y sus músicos. Barcelona: Paidós Ibérica
DIMERY, Robert (2011). 1001 canciones que hay que escuchar antes de morir. Madrid: Grijalbo.
PEDRO, Josep (2015). Vidas de blues: Contextos y trayectorias de apropiación. En: Trans. Revista Transcultural de Música, núm. 19, Barcelona: Sociedad de Etnomusicología, p. 1-17