- Plantear preguntas cerradas que solo encaminan a respuestas binarias; si o no, blanco o negro. Es mejor plantear preguntas abiertas que dan paso a la imaginación del interlocutor y así puedes obtener más información de el.
- Prestarle más atención a tus pensamientos internos que a la conversación. Es decir estar pensando en los problemas, reuniones, chats o aquella super pregunta que vas a formular después que la otra persona haga la pausa en vez de prestar atención a lo que el otro dice.
- Comparar tu experiencia con la de los demás. Es cierto que muchas veces ya hemos vivido las mismas experiencias que otras personas, pero si alguien te está compartiendo su experiencia en algo es porque seguramente está buscando apoyo. Piensa que a pesar de ser experiencias similares no lo son, pues las circunstancias que rodean a cada persona son diferentes y por lo tanto el impacto emocional de cada uno es diferente. Este no es tu momento, es el momento de la otra persona.
- Pensar que las conversaciones son oportunidades de mercadeo. Si haces de cada charla un comercial de tus servicios, negocio o habilidades estas perdiendo la habilidad de escucha, siendo entonces un monologo y no una conversación.
- Repetir el mismo punto mil veces. En estos casos el mensaje en vez de algo constructivo se vuelve un “paisaje” y evitamos escucharlo y mucho menos interiorizarlo.
- No escuchar. Esto pasa porque casi siempre nos dedicamos a hablar, a contar nuestro lado de la historia, a sentirnos el centro de atención. Por otro lado nos distraemos muy fácil con el entorno.
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