La sobriedad y la planificación del discurso son los mejores aliados al momento de guardar opiniones incómodas.
Por suerte existe el licor y las reuniones casuales donde se pueden confesar con desparpajo nuestras fantasías más tenebrosas. Otras veces es el mismo abuso del trago el que te empuja a la zona difusa entre el sueño y la vigilia, donde la mente juega con las reminiscencias, la ficción y la realidad, creando historias indeseables en la vida real.
El profesor de ética
Sentado estaba yo en un sofá de la casa mientras sostenía en mi mano izquierda el Contrato Social —y mi oído derecho disfrutaba Superstition de Steve Wonder—, cuando recordé la coversación entre mi profesor de Ética y uno de sus colegas sobre el rol de los impuestos en la sociedad.
Javier tiene una actitud joven a pesar de sus 60 años. Es un hombre de estatura alta, constitución delgada y tez morena. Su pelo es corto, canoso y su mirada está enmarcada con un par de cejas grandes y arqueadas. Me dictó Ética y Economía en la universidad.
Entre jocosidades y uno que otro brindis con vasos llenos de cerveza, Javier y su compañero decidieron construir una descripción verosímil del universo, donde los muecos (los colombianos promedio) terminen brindando pleitesía a sus propios verdugos.
Comentaban que es un misterio la forma en la cual todos los muecos normalizaron que parte de sus ingresos, fuesen arrebatados por el Gobierno.
«Me recuerda —dijo el profe—, al arma secreta de los exorcistas del siglo XVII, cuyo uso era extendido, monotono y cotidiano. Se trataba de expulsar demonios mediante una jeringa gigante, la cual ejecutaba un lavado de colon, eficaz para desterrar demonios o cualquier otra impureza del cuerpo. Hasta la medicina de ese siglo la aceptó dentro de su recetario. ¡Era una farsa total!»
«Por otro lado, no se debe temer a los muecos ya que no pueden masticar gruesos lomos de intrincada prosa académica que desmitifica a los impuestos. No es que sean inferiores intelectualmente, es que la fortuna no les concedió el tiempo suficiente para que su dentadura se desarrollara en la comodidad que solo el ocio burgués puede brindar…»
«Se les ha repetido hasta el cansancio que los impuestos son necesarios para sostener la civilización. Por eso cuando se presente un evento socioeconómico catastrófico, no se puede desaprovechar la oportunidad para reforzar la idea.»
«Les diremos que el Estado los rescatará, que sus constantes esfuerzos para ofrecernos productos de calidad en momentos difíciles no quedarán en el olvido, les recordaremos que el capitalismo no puede sobrevivir sin un Estado que lo rescate de su desgracia emprendedora. Les tallaremos en la frente que es ahora cuando más necesitan a los intelectuales que saben ocultar la raíz violenta de los impuestos con gordas capas de inintelegible retórica.»
«Pero no les diremos que nosotros también tenemos la culpa de sus desgracias… los mantendremos en la penumbra de la verdad a fin de que culpen al fantasma del neoliberalismo, de que sigan esperando la recuperación económica que sucederá con o sin paquetes económicos, los cuales solo servirán para llenar nuestros bolsillos y alimentar nuestras cuotas burocráticas.»
«En nombre de todos los parásitos camuflados como intelectuales, defenderemos el alza de los impuestos como medicamento necesario que permitirá al mueco seguir comerciando.»
«¡Les diremos que esos desagradables y gigantes supositorios son imprescindibles para que puedan seguir encontrando clientes!»
En ese entonces, no supe si reír o indignarme. ¿Debía poner una queja ante el concejo académico? ¿Cómo es que un profesor de ética puede aprovecharse de la ortodoxia económica y salir ileso? ¿Cómo es que tanta insensatez puede arrojar luz sobre el funcionamiento político del Estado?
Volví a mi lectura de Rosseau por unos minutos hasta que una notificación en el celular me distrajo: «Gobierno plantea subir los impuestos para salir de la crisis«.
¿El presupuesto actual no es suficiente?
¿A manos de quién iría a parar el nuevo recaudo? ¿271 billones de pesos no son suficientes? Mis preguntas fueron resueltas cuando recordé el hueco de la corrupción… Ese dinero extra que planean pedirnos seguramente será arrebatado por personas inescrupulosas como el profesor de ética quien, sea dicho de paso, terminó su conversación con lo siguiente:
«No se darán cuenta en este siglo, así como no se dieron cuenta durante los 19 pasados. Podemos estar tranquilos. Pensadores grandes de la historia nos respaldan. Mentes que mataron a Dios, personas veneradas por idólatras seculares que se encuentran enquistados en todas las ramas del poder, la academia y las artes…»
«No están ahí por seguir un plan maestro, si no por ese azar que es la vida humana y que está lleno de innumerables interacciones que forman la realidad…»
«Es mejor seguir la corriente de pensamiento que domina al mundo, aprovecharse de ella y vivir tranquilo que convencer en vano a quienes han aceptado como realidad una falacia. Los hipócritas viven felices en un mundo de mentiras.»
«Así es como haremos aplaudir a los muecos.»
Después de esa frase final los vi reirse a carcajadas.
No les voy a mentir, pero el discurso del profesor me parece una absoluta patraña fabricada por un par de cervezas en su cabeza.
La facción radical liderada por el profe
Hace unos días mientras revisaba el periódico, vi al profesor en una foto al lado de un artículo. Mencionaron que el viejo canoso lidera un ala extremista del sindicato de educadores en Colombia, la cual está proponiendo un paro nacional si no se aprueba un plan Marshall para Colombia.
Otra cosa que recordé es que mientras escuchaba la conversación, yo ya iba por mi sexto martini.