¿Qué de bueno tiene la modernidad? ¿Es el progreso sinónimo de felicidad? ¿De qué nos sirve la tecnología si al final perdemos nuestra humanidad? Estas preguntas son vitales para entender la obra de Max Horkheimer y Theodor Adorno, dos pensadores alemanes de la famosa Escuela de Frankfurt y conocidos por su teoría crítica.
La ilustración, ese sueño que se impone con los ideales de los revolucionarios franceses, no es tan buena como nos la han presentado. Según la ideología dominante, este proceso iluminativo debe poner en un pedestal a la razón, la cual nos orientará para lograr una sociedad más racional y menos barbárica; así las cosas, nada de malo puede esperarse de “lo racional” en tanto sólo puede traer progreso a la vez que supera el oscurantismo y la dogmática. Pero como reza el dicho popular: eso es muy bueno para ser verdad.
En su famosa obra “Dialéctica de la Ilustración” Adorno y Horkheimer nos muestran cómo la Ilustración nos hizo promesas que no pudo (ni podrá cumplir). El hombre no se ha emancipado, no se ha convertido en un “mayor de edad” capaz de dominar a la razón y ponerla a su servicio para un bienestar común; por el contrario, la capacidad utópica se ha perdido pues ya no sueña ni anhela, el hombre se ha vuelto un esclavo de la razón, del conocimiento y de la tecnología. El hombre ha vuelto a la razón un instrumento, y dicha razón instrumental se ha usado para destruir la misma humanidad. Bajo estas premisas el hombre se ha alejado de la naturaleza para convertirla en un objeto que debe ser dominado y como consecuencia de ello el objetivo respecto de la naturaleza, y la misma humanidad, es la dominación (Herrschaft). La principal estrategia es presentar al sujeto como aquel que domina al objeto, por lo que es importante aquí señalar que todo acto de dominación implica la objetivación de lo que es dominado, trátese de la naturaleza u otro ser humano, en otras palabras: todo se puede volver un objeto material que puede ser cambiado, vendido, poseído o desechado.
Las promesas incumplidas de la ilustración duelen hoy más que nunca. Se nos vendió la idea de que el conocimiento y la razón nos darían igualdad, libertad y fraternidad. Sin embargo, asistimos desde hace mucho al funeral de dicho ideal. El holocausto Nazi es sólo una muestra de cómo la modernidad fue un fracaso y una farsa; pues la humanidad, que creía haber superado la barbarie de los tiempos medievales, descubrió cómo en pleno siglo XX el hombre “racional” fue capaz de cometer vejámenes impensables en sus congéneres usando la razón y la tecnología para ello. Esta imagen fue el detonante para cuestionar si realmente la ilustración había sido una eficaz solución o un mito sin sentido.
El conocimiento libera nos prometieron. Es falso, así, categórico. Hoy todos somos esclavos de la tecnología, hoy valoramos a las personas por su cercanía con “la verdad”. En pleno siglo XXI somos esclavos de estudios, rankings, revistas científicas y luchas de poder en la ciencia. El hombre ha perdido su capacidad utópica pues ha dejado todo en manos de la rigurosa y fría ciencia, ya no se puede soñar, no se puede ser espiritual, no se puede pensar por fuera de aquello que nos dicen los hechos y los datos. La gran consecuencia: el hombre se somete al sistema, ese sistema que le dicta lo que debe ser, relegando lo que el hombre quiere ser. Se tiene que ser ingeniero, abogado, médico, científico; poco o nada importa querer ser (o ser) poeta, escritor, bailarín o artista en tanto eso no produce réditos económicos. Vemos entonces a la razón hecha instrumento, un instrumento para lograr dinero, poder y reconocimiento. En la educación este panorama es horripilante, basta con hacerse una pregunta ¿cuántos de nosotros somos lo que de verdad quisimos ser y no lo que nos tocó ser? Así las cosas la razón no libera, por el contrario, nos hace esclavos de un modelo que impone y nos vuelve meros instrumentos.
El conocimiento iguala nos prometieron. Falso también. Basta con analizar cómo el conocimiento y la razón, al ser instrumentalizados y cosificados, se convierten en mercancía. Sólo se puede acceder al conocimiento si se puede pagar. Para nadie es un secreto que hay dos grandes divisiones en la sociedad: por un lado, aquellos que pueden pagar por el conocimiento y lo dominan, y por otro, aquellos condenados a no poder educarse ni estar cerca de “la razón”. Existen así dos clases claramente identificables: los que conocen y pueden pagar conocimiento, y los que no; los primeros dominan a los segundos. Asistimos, de nuevo, a la razón como instrumento de dominio, pero ahora también de segregación. El hombre ha sido capaz de dominar la naturaleza, de crear avances maravillosos en medicina, por ejemplo, pero ¿quiénes pueden acceder a ellos? De nuevo: sólo aquellos que puedan acceder al objeto por medio del dinero ¿es eso igualdad? ¿De qué nos sirve lograr la foto de un agujero negro o encontrar la vacuna contra alguna enfermedad si en la Guajira se mueren centenares de niños por desnutrición? Es esa la idea de modernidad que debe ser cuestionada, aquella que olvida a la humanidad como fin y la vuelve un instrumento.
El conocimiento nos hará fraternos. Falso como todo lo anterior. Estamos en un mundo polarizado, donde los insultos, la violencia y el odio se esparcen por las redes sociales en forma de “fake news”. Todos queremos tener la razón pero nunca nos detenemos a escuchar al otro, nunca aceptamos que el otro puede tener la razón, nunca vemos al otro como una persona igual a nosotros, sólo hay una razón dominante, lo demás son absurdas creencias que deben ser ridiculizadas y eliminadas; este es el origen de nuestra terrible tragedia. Todos queremos gritar para imponer nuestra “razón” y aquel que no la comparta es nuestro enemigo ¿es esta la fraternidad que nos prometieron? De nuevo, la razón, “nuestra razón” es la forma de dominar a otro, de hacerlo menos, de maltratarlo.
Por eso les invitó a que analicen la letra y el vídeo de una canción en particular: “Do the Evolution” de la banda Pearl Jam. En ella encontrarán la más fiel descripción de lo que Adorno y Horkeimer anunciaron: La razón como forma de dominación (basta con analizar en el vídeo a diferentes grupos y épocas danzando junto al fuego –iluminación- mientras lo adoran como deidad), la tecnología como dominadora de la razón y la humanidad, el odio y el afán de poder como constantes irremplazables de la humanidad, la tecnología como mercancía al alcance de los que pueden pagarla.
El vídeo es una muestra muy interesante de la triste realidad que vivimos: una razón instrumental que evidencia las promesas incumplidas de la ilustración. Hay que evolucionar como sea, al precio que sea, pero ¿evolucionar para qué? ¿Y cómo qué?
En este link se puede encontrar el video: