Música para extraterrestres hedonistas: Chuck Berry y el Rock and Roll como triunfo del espíritu

I

Ludwig Wittgenstein fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, y es considerado por un gran número de estudiosos como uno de los más importantes de la historia de la Filosofía. Sobre su vida, llena de anécdotas y excentricidades, se dice que nunca leyó a Aristóteles, lo cual no deja de ser curioso en tanto el Estagirita es uno de los referentes ineludibles de todo el pensamiento universal (a mi juicio el más grande). Resulta entonces irónico que uno de los más prominentes pensadores del siglo XX admitiese sin vergüenza alguna que no había leído la obra aristotélica ¿acaso leerla habría cambiado el signo de su genialidad?

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Ludwig Wittgenstein

Si esta anécdota se da en la historia de la filosofía, pensemos por un momento si puede trasladarse al escenario de la apreciación musical. Quiero hablar esta vez de la monumental, legendaria y poderosa canción Johnny B. Goode de Charles Edward Anderson Berry, “Chuck” para sus leales seguidores. Así las cosas: ¿es posible hablar de Rock and Roll sin haber escuchado a Berry? Si en Wittgenestein omitir la lectura de Aristóteles no mermó su impacto, veamos cómo nos va aquí.

Empecemos diciendo que al hablar de apreciación musical, Rosario Samper (profesora de la Universidad de Sevilla) dice que en muchas ocasiones las personas tienen un gran conocimiento auditivo de grandes obras de la música aunque no sepan ni leer una partitura. Esto explicaría la mágica conexión que ocurre cuando escuchamos obras geniales de compositores e intérpretes capaces de alterar nuestros sentidos de tal manera que todo conocimiento teórico sobre la música y su contexto pasa a un segundo plano. Ante esta situación Joaquín Zamacois (1) habla de “oyentes hedonistas”, o también de un “plano sensual” de la escucha según Aaron Copland (2), es decir, un escenario en el cual el oyente busca en la música un placer primario y de tipo sensorial principalmente, en otras palabras, se busca en la música una serie de sonidos que sean agradables a los sentidos produciendo placer y nada más, usando la función auditiva como principal herramienta (“escuchar con el oído”) pero sin profundizar demasiado en letras, contextos o estructura misma de la pieza.

Superando al oyente “hedonista” de Zamacois y el “plano sensual” de Copland, estos mismos autores hablan también de un “oyente espiritualista” y un “plano expresivo”. En este caso se supera aquella sensación primaria y de impacto sensorial que implica escuchar sólo con los oídos para adentrarse en los niveles más complejos de la pieza musical, en este caso se “escucha con el corazón” pues la reflexión más concienzuda lleva, por ejemplo, a cambios de ánimo conscientes.

Una tercera etapa en la apreciación musical sería alcanzar el “oyente intelectualista” o el “plano puramente musical”. Aquí se alcanza un nivel más depurado de análisis pues se trata de oyentes con una formación musical y que exigen composiciones claras y precisas para un goce intelectual, son aquellos que escuchan “con la cabeza” alejados de sensaciones o contextos que puedan nublar su juicio formal riguroso.

II

Clinton Walker escribió una de las mejores Biografías -en mi opinión- sobre Bon Scott (primer cantante oficial de AC/DC, mi banda favorita, mi religión). En una de sus páginas dice que “el peor enemigo del rocanrol no es la inteligencia ni la sensibilidad: es la presunción, la ínfulas de quienes se avergüenzan de los orígenes arrabaleros.” (3) Lo anterior nos introduce en la idea según la cual el Rock and Roll está destinado a trascender la literalidad pues nos muestra su verdadera cara cuando nace y se escucha de manera intuitiva (hedonista) y desarraigado de toda carga espiritual o intelectual; así, el Rock debe ser simple y directo. Por ejemplo, estamos de acuerdo en que a muchos puede gustarle el verboso y prolijo trabajo de Bob Dylan: todo un crítico ortodoxo del Rock, que incluso tiene un premio Nobel de literatura (sobre esto haré una entrada futura), que le dio “seriedad” al género; pero tal vez Dylan falla en reconocer que el Rock surgió de instintos básicos y sensuales, de lo desechable y lo banal y que el Rock and Roll es bueno cuando ahí se regodea, un Rock sin mayores pretensiones que hacer sacudir el cuerpo.

Es la actitud señorial y discriminatoria la que en muchos casos impide el retorno hacia el hedonista inicio del Rock and Roll. Constantemente escucho a jóvenes que tienen gusto por este género profesar cierta admiración por bandas clásicas y otras no tanto, desde los Rolling Stones hasta Foo Fighters, desde The Who hasta Tokyo Hotel, desde AC/DC hasta Airbourne, y así. La conclusión a la que llego es que no se puede decir que el Rock ha muerto; otra cosa es pensar que el Rock actual “es una mierda”, como también escucho constantemente decir, pero como dije en una entrada pasada, me parece absurdo juzgar a una persona por la música que escucha, esto aplica para el Rock and Roll también, si se mueve el cuerpo y el espíritu se regocija con la energía arrabalera de una buena canción, es Rock y punto.

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El problema radica entonces en que queremos de hacer del Rock and Roll algo serio, pomposo e intelectual únicamente; algo sólo para personas “de bien” o “entendidas” en arte, historia, filosofía, música o política; se quiere hacer del género una pose que alimente las más diversas discusiones intelectuales dejando de lado el hedonismo que supone su estructura y origen. Preocupados por letras, atuendos, seguidores, etcétera, nos hemos vuelto jueces de gustos musicales, nos convertimos en aquellos que se creen superiores porque simplemente escuchan a Pink Floyd y pueden además hacer toda una crítica a la modernidad desde “The Wall” y su asombrosa película a partir de una hermenéutica propia de “Mother”, “Another brick in the Wall” o “The Trial”. Esto, per se, no es cuestionable, pues como se dijo líneas arriba, un escenario de la apreciación musical es el intelectual (de hecho en mis clases de filosofía del derecho utilizo referencias a temas y símbolos de Pink Floyd, Pearl Jam, Rolling Stones e incluso AC/DC). Lo verdaderamente irritante es usar este escenario de intelectualidad como el único válido y posible desechando a los otros (expresivo y sensual) para así discriminar e invisibilizar que el Rock es en esencia sensualidad y energía cruda.

III

Corría el año de 1958 cuando Chuck Berry grabó Johnny B. Goode, su canción más conocida (inicialmente compuesta en 1955), aunque un buen seguidor de la saga “Volver al futuro” podría decir que Berry tomó esta idea de Marty McFly, justo cuando el primo de Chuck, un tal Marvin, lo llama para decirle que ha encontrado el ritmo que estaba buscando. (4) La canción, al inicio, no era del todo aceptada por los oyentes, que en una posición más intelectual y expresiva que hedonista, se incomodaron con el ritmo y con el hecho de que un negro escribiera sus propias canciones y tocara la guitarra como nadie más podía hacerlo (ni lo haría jamás). Chuck así trajo el Rock para convertirlo en el fenómeno que conocemos hoy en día.

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Johny B. Goode básicamente es la historia de un gran triunfador, del sueño americano, del triunfo del espíritu sobre la adversidad. Es la concreción del mito de Horatio Alger: uno de los escritores norteamericanos más conocidos a finales del siglo XIX. Sus historias se caracterizaban por presentar personajes en ambientes de extrema pobreza y deprimentes, pero que con una actitud guerrera, llena de determinación, agallas y trabajo duro eran capaces de alcanzar triunfos enormes en la tierra de la libertad, las barras y las estrellas. El mensaje era claro: cualquiera con tesón y determinación puede triunfar en Estados Unidos, y hacerlo a lo grande.

Aunque muchos consideran que la letra de la canción es una autobiografía de Berry, esto no es algo del todo cierto en tanto hay pasajes de la obra que no tienen correlación con la vida de Chuck. Se dice que Berry creó Johnny Be Goode inspirado en Johnny Johnson, quien era un pianista compañero de Chuck en una banda de Jazz, Blues y Country en la que Berry tocó antes de sus inicios en Chess Records. Según se sabe, Berry poco a poco se hizo con el control de la banda y en sus esfuerzos por controlar la alocada personalidad de Johnson (quien bebía a lo grande) terminó componiendo una canción en honor a su actitud. El hombre que inspiró la canción nunca tuvo un final como el de la pieza musical: su nombre no brilló con letras luminosas y en el 2005 murió sin gloria alguna después de haber tratado de arrebatar dinero a Chuck acusándolo de plagio.

Johnny B. Goode es la historia del talento y el triunfo del espíritu sobre cualquier obstáculo, pero sobre todo sobre las pretensiones de superioridad intelectual en la música. La historia del talentoso que vence al intelectual pretensioso, en este caso toma la forma de un guitarrista que no era muy hábil en la escuela pero que tocaba la guitarra como los dioses, es un tópico universal (recordemos que aquí, en nuestro querido país tropical, alguna vez se vio a una especie de Johnny B. Goode vallenato, hablo de Juan Mario de la Espriella, más conocido como “Juancho”, acordeonero tropical que según Silvestre Dangond es “bruto pa´l estudio, pero inteligente pa´l acordeón”). Asistimos entonces a la muestra del talento y la pasión como base del éxito, pero a la vez de una invitación a la disciplina y al trabajo duro, pues de nada sirve un talento enorme si se deja perder en medio de la ociosidad y el desdén.

De la canción podemos decir que inicia con un riff electrizante, propio de Berry, un riff que encantaría a Keith Richards y Angus Young, quienes ven en Berry una inspiración casi divina. Dicho riff, que está inspirado en una grabación de Louis Jordan, terminaría marcando a toda una generación y posicionándose como uno de los pilares del Rock and Roll. Escuchar Johnny B. Goode es dejar que el cuerpo tome el control con un desenfrenado afán por mover pies y cabeza al ritmo de la guitarra enloquecida de Chuck, es sensualidad pura, no hay que “ponerle cabeza” o “corazón” es Rock en su estado más puro y natural, es el origen hedonista del que hablo.

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IV

En 1977 la NASA lanzó al espacio “The Sounds of Earth”, un disco dorado transportado por la sonda espacial Voyager (5). El objetivo de esto es que si algún día la sonda es encontrada por una forma de vida extraterrestre con la inteligencia suficiente para entender lo grabado, los sonidos más representativos de nuestro planeta sean escuchados, hablamos de la música como el lenguaje universal, literalmente. Es como el mensaje un una botella lanzado en medio de un infinito océano cósmico a la espera de ser abierto.

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The Sounds of Earth

La colección de noventa minutos de música reúne canciones que representaban la diversidad de culturas en la Tierra. Así, cada país debía elegir la pieza que mejor describiera su cultura y sonidos, Alemania escogió a J.S. Bach, México su canción “El Cascabel”, la Unión Soviética a Stravinsky, Reino Unido “The Fairie Round” de Holborne. Cuando llegó el turno de los Estados Unidos, ellos pensaron que quizás los extraterrestres serían hedonistas y su cuerpo respondería a la descarga primaria y eléctrica que implica escoger a Johnny B. Goode como la canción que los representaría. Quizás una civilización extraterrestre no comprenda el mensaje de la canción, ni nuestro lenguaje, quizás no sepan quién es Chuck Berry, pero estoy seguro de que se sentirían maravillados al escuchar Johnny B. Goode y rockear a su manera.

PD.: Respecto de la inquietud planteada: ¿para conocer de Rock se necesita conocer a Chuck Berry? Mi respuesta, en términos de la filosofía del derecho de Hart sobre su “regla de reconocimiento”, es que Chuck Berry es el Rock en sí mismo, cada vez que nos maravillamos con este género estamos escuchando una parte de Chuck. Aunque no sobra ir directamente a la fuente.

Referencias

  • (1) Ver: ZAMACOIS, Joaquín (1975). Temas de estética y de historia de la música. Barcelona: Ed. Labor.
  • (2) Ver: COPLAND, Aaron (1976). Cómo escuchar la música, 2ª Edición. Madrid: FCE.
  • (3) WALKER, Clinton (2011). Bon Scott Camino del Infierno: Vida y muerte de la primera voz de AC/DC. Barcelona: Global Rythm, p. 18

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