El baile se desarrollaba con fluidez y los movimientos eran perfectos, absolutamente coordinados. La voz principal de Pepito sobresalía adecuadamente sobre el coro y luego entró la voz potente pero delicada de Fulanita y el baile se hizo más intenso. Era vigilado muy de cerca por Perencejita que a un lado del escenario, intercalaba miradas al público que parecía complacido por la presentación. Sólo hombres prestantes y pudientes en cuyas caras se podía adivinar a quién prestaban atención, con quién pretendían pasar el resto de la velada. Devolvió la mirada al escenario justo en el momento en que Fulanito hizo un movimiento exagerado y con su tocado golpeó la frente de Sutanita que estaba justo detrás de él, haciéndole perder el equilibrio pero sin estropear la presentación.
Sutanita no se atrevió a aventurar una mirada a Perencejita. Esperaba que los resultados de su tragedia no le representaran una noche de pérdidas… Pepito era un miserable, si tan sólo Perencejita comprendiera lo poquita cosa que era ese patán. Pero no, ella veía por sus ojos, no importaba lo que ella hiciera, él siempre saldría favorecido. Al retirarse, la mirada severa de Perencejita confirmaba sus sospechas pero le sorprendió que les permitiera a todos retirarse sin hacer un sólo reclamo.
Al amanecer, Sutanita entró en desespero. Todos sus compañeros ya se hallaban descansando y ella estaba sola organizando el local, arreglando mesas, limpiando el piso. Le habían asignado los peores clientes, los más tacaños, los más abusivos. Apunto de terminar, encontró a Perencejita con su eterna mirada inclemente “ahora te tocan las habitaciones” y se marchó. Sutanita no pudo retener el llanto por más tiempo. Los años de sometimiento le cayeron sobre los hombros con todo su peso y la evidencia de un futuro siempre igual le hizo sentir que su vida estaba terminada ¿por qué prolongarlo más? Corrió a la caseta de vigilancia y tomó el primer arcabuz que encontró, se dirigió a la oficina de Perencejita y cayó de rodillas ante sus pies gritando “no puedo más”, le ofreció el arma, ahogada en llanto. Sutanita no perdió la frialdad pero sí subió un poco el tono de voz al decir “no creas que te voy a permitir hacer lo que quieras. Me perteneces y no te voy a dejar ir”. Se inclinó tomando el arma con brusquedad y descargándola al instante.
A Sutanita no le quedó más opción que enredarse de nuevo en los brazos de Perencejita y permitir que el narcotizante sabor de sus besos le transportara a ese universo paralelo en el que no la odiaba.
Más sobre Diana Sánchez.
Soy una pequeña alma. Es lo único que soy. Deseando conocer la grandeza de la Deidad en mi. Puede que no reste más que vivir. Y entre una cosa y otra transcurra mi vida. Que de por sí, es extraordinaria. No se necesita nada más. Soy como cualquier persona. No soy mala pero cometo errores. No soy buena pero realmente deseo hacer de este mundo un sitio mejor.
Por otra parte, ejerzo mi rol como politóloga, madre soltera de dos hermosos mininos, la mejor amiga que puedo ser y siempre buscando hacerlo todo un poco.
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