COCO, la muerte es el olvido

Ya en la película animada El libro de la vida, 2014, habíamos escuchado de manera jocosa ¿Cuál es el rollo de los mexicanos con la muerte? Una pregunta que muchos nos hacemos: primero, tienen un Día de Muertos que en lugar de ser triste es todo un derroche de alegría, una tradición fuerte en la que encienden velas a las fotos o imágenes de sus antepasados y segundo hasta las calaveras, catrinas o “calacas” con las que decoran calles y locales se ven hermosas con los dibujos y colores que hacen parte de ellas.

Aunque me parecía una manera divertida y artística de ver la muerte, no le había visto una razón de ser tan profunda, emotiva y valedera como la que encontré después de ver Coco, la nueva película de Pixar y Disney para este 2017.

 

 

Personalmente, considero que las tradiciones hay que respetarlas en la medida que tengan una razón de ser  para uno como persona o como parte de un colectivo, es decir, no deben ser aceptadas por el simple hecho de haberse repetido durante varios años, algo similar a lo que llegó a pensar Miguel, el joven protagonista de esta historia ambientada a comienzo del siglo XX en un pequeño y colorido pueblo mexicano llamado Santa Cecilia.

El muchacho tiene las aptitudes y el carisma para ser músico, pero su familia se opone por una cuestión de tradición. Durante años han pasado a las nuevas generaciones el resentimiento contra su tatarabuelo, quien según cuentan abandonó a su tatarabuela y a su hija Coco por seguir el sueño de ser músico, por eso en la foto del altar de muertos aparece sin cabeza.

Y aunque Miguel es un niño que quiere a su familia, decide a sus escasos 12 años enfrentar esa tajante norma familiar en el día más tradicional y respetado por los mexicanos, El Día de Muertos.

 

Es decir, que Coco inicia de una manera inocente y hasta jocosa, revelando a su protagonista contra una tradición legendaria que viene de la época prehispánica; pero más allá de ser una crítica a esa creencia lo que nos lleva a descubrir es algo tan profundo, valedero y emotivo que todavía siento el nudo en la garganta que se me hizo en varias de las escenas finales.

La clave está en que el punto de vista narrativo pasa de una situación netamente humana a una esotérica para adentrarnos en la angustia, que en esta creencia, viven los muertos cuando son olvidados definitivamente.

Y ahí es cuando todo cobra sentido. Los retratos, las veladoras, el pan de muerto, el agua, el incienso, la flor de cempasúchil, los papelitos cortados, las calaveritas de azúcar y en general toda esta tradición maravillosa donde la muerte se viste de alegría si los vivos mantienen vigente la memoria de sus antepasados.

 

 

Curiosamente en los últimos años se han desarrollado proyectos de películas animadas con el tema de las creencias mexicanas: al comienzo de este post mencioné El Libro de la vida producida por el mexicano Guillermo del Toro bajo la dirección de Jorge Gutiérrez la cual alcanzó una nominación al Globo de Oro en el 2015 y reconocimientos en círculos académicos en América latina, y está por presentarse Día de Muertos una producción animada mexicana similar que postergó su estreno este año precisamente porque Disney y Pixar llegaron de manera arrolladora a los teatros.

A pesar de algunas críticas de sectores conservadores mexicanos por la idea de una Ciudad de los muertos y no de un cielo, Coco ya es la película más taquillera de todos los tiempos en ese país. Este hecho no es gratuito, si algo hemos valorado en los últimos años a nivel cinematográfico es que Disney – Pixar saben hacer CINE, con mayúsculas. Sus narrativas son ágiles, divertidas, tienen contextos culturales investigados que se adentran en el corazón de los personajes brindando de esta manera emociones que nos saltan de los ojos sin saber a qué horas.

Su director Lee Unkrich ha trabajado como montajista de grandes películas de Pixar como Toy Story, Bichos, Monster Inc, Buscando a Nemo y Ratatoullie, pasó a la producción con Monster university y aunque ya había co dirigido historias como Toy Story 2 y la entrañable Buscando a Nemo, Coco es su gran éxito como director y guionista.

 

 

A propósito, el guion nos deja pistas desde el comienzo, una foto rota por la cabeza, lo que nos impide conocer la identidad del tatarabuelo, un tremendo ídolo artístico para Miguel como Ernesto de la Cruz que bien podría ser una mezcla de Jorge Negrete y Pedro Infante y la bisabuela Coco que uno pensaría al comienzo que es un personaje simbólico y nada más, pero al final nos damos cuenta de su trascendencia.

Por eso hay que estar muy atentos para ir armando junto al el protagonista la verdadera historia de su familia y la de las tradiciones mexicanas, que en últimas están fuertemente conectadas con el resto de Latinoamérica por el arraigo de las rancheras, las películas de mariachis, los luchadores, grandes escritores como Rulfo y Paz y pintores como Frida Khalo y Diego Rivera.

Después de desatorar el nudo en la garganta a la salida de la película, llegué a mi apartamento, busqué la foto de mi padre quien falleció hace varios años y la puse en el corcho de los deseos; no quiero que el Día de muertos no lo dejen pasar por la aduana del más allá a compartir con nosotros, pues según Coco la muerte definitiva es el olvido.

 

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