El Nombre de la Rosa, asesinar si ofenden mi fe

¿Qué pasará si los hombres doctos declaran que es permisible reírse de todas las cosas? le dice el monje benedictino Jorge de Burgos al franciscano Guillermo de Baskerville en una de las escenas cumbre de la película El nombre de la rosa y el mismo se responde ¡Si podemos reírnos de Dios el mundo desembocaría en el caos!

 

Jorge de Burgos interpretado por Fedor Chalapin en En nombre de la rosa

Jorge de Burgos interpretado por Fedor Chalapin en En nombre de la rosa

 

¿Realmente desembocaría en el caos, me pregunto?  Si juzgamos por la reacción de algunos fanáticos religiosos es probable que si, pero no debería ser así.

El pasado 7 de enero de 2015 un par de radicales religiosos asesinaron a doce trabajadores de la revista satírica parisiense Charlie Hebdo, entre ellos seis caricaturistas, por unos dibujos que habían realizado de su Dios y entre el llanto por las muertes y la solidaridad con la revista surgieron voces intentando justificar lo que pasó, pues según ellas no se puede hacer burla de lo que alguien considera sagrado y yo pregunto ¿por qué no se puede hacer reír con cualquier tema?

La película, El nombre de la rosa, dirigida por el francés Jean Jacques Annoud (1986) basada en el libro homónimo de Humberto Eco es sorprendentemente vigente para entender lo esencial de esa actitud violenta y su justificación.  

Resulta que en una Abadia Benecditina del siglo catorce murió de manera violenta el monje Adelmo, un joven traductor e ilustrador de libros que trabajaba en la biblioteca, pero lo que en un comienzo se presentó como un suicidio resultó ser producto de una idea bastante retorcida. La investigación se la encomendaron a un Franciscano, como el actual papa, al monje Fray Guillermo de Baskerville, interpretado por Sean Connery, quien acababa de llegar a la Abadía invitado a una importante reunión con los grandes inquisidores del momento.

 

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Baskerville le comenta al Abad que aunque no conocía a Adelmo personalmente si admiraba su trabajo que combinaba estética artística con humor y en ciertos dibujos una crítica mordaz, como el que él y su novicio acompañante Adso habían visto en la sala de traducción, en donde un papa con cabeza de burro le da las escrituras a un Abad con cara de mono.  Aquí tenemos una especie de caricaturista medieval como los de Charlie Hebdo en medio de unos inquisidores que no tienen sentido del humor, ya veremos por qué.

La situación se complica cuando aparecen otros monjes muertos en la Abadía; la labor del más joven de ellos era traducir los textos del griego al italiano. La suma llega a cinco, todos con la lengua y el dedo índice negros por lo que se empezó a tejer la idea que era obra del “Maligno”.

El franciscano deduce que no es un poder sobrenatural el que está detrás de los asesinatos sino uno muy terrenal pues después de revisar la enorme biblioteca nota que falta el segundo tomo de un libro de Aristóteles llamado Poética el cual habla de la comedia y la risa, texto que según el monje Jorge de Burgos, el de la fotografía inicial de este post, nunca debió escribirse.

 

Sean Connery como Fray Guillermo de Baskerville y Christian Slater como el novicio Adso

Sean Connery como Fray Guillermo de Baskerville y Christian Slater como el novicio Adso

 

¿Qué es lo grave que encierra ese libro? preguntan los improvisados investigadores a lo cual el tenebroso de Burgos, un monje con bastante poder en la Abadía a pesar de su ceguera, les dice que si se llegara a usar la risa para burlarse de la religión la gran masa le perdería el miedo al infierno y ¡no necesitarían a Dios!

Los extremistas consideran que infundiendo temor logran un mayor control social, y en muchos casos les funciona, pero no todas las personas son impresionables. Algunos enfrentan a estos radicales con la fuerza otros con argumentos, unos con recursos artísticos como el teatro, la literatura o el cine y unos cuantos con la parodia, la sátira, la ironía y hasta la burla.

A través del tiempo hemos visto como los fanáticos de la religión, la política o el deporte que autoproclaman sus creencias y símbolos como sagrados (una bandera o una camiseta o un libro) han llegado a matar a quienes han hecho de su objeto de adoración un motivo de risa, pero esto ya no es excusa para que se pudran en la cárcel.

Si hay algo que debería ser sagrado en todo el mundo es la vida humana.

 

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El humorista colombiano Jaime Garzón nos hizo reír y pensar con sus parodias de presidentes, militares, periodistas, sacerdotes, líderes de izquierda y de derecha, en sus programas de televisión y radio generando una cultura de reflexión y crítica de los acontecimientos nacionales hasta que un extremista armado le quitó la vida.

El monje De Burgos tenía razón, la risa es peligrosa porque te hace ver un ángulo diferente de la realidad y eso no es conveniente para ciertos círculos de poder, sobre todo para los que se atribuyen autoridad moral o religiosa absoluta.

Ahora bien, el debate de si la forma en que se hace reír puede ser ofensiva o no, está abierto; particularmente no me gustan los que utilizan groserías o burlas, pero no estoy de acuerdo en prohibir la sátira, la ironía, el sarcasmo y la parodia o restringir los temas para aplicarlas, como se intentó en un fallido proyecto de ley en Colombia que afectaba, entre otros, al programa radial La Luciérnaga, donde con humor le quitan ese aire de superioridad de los políticos. Situación diferente a si se injuria o calumnia al personaje para lo cual existen las leyes de lo contrario lo mejor es aprender a reírse de uno mismo.

 

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Seis asesinatos se cometieron en esa abadía de, El nombre de la rosa, queda por descubrir quién las hizo. En enero de 2015 doce personas murieron por unos dibujos satíricos que cuestionaban, si se quiere, con grosería, con irreverencia y con mal gusto, la idea de un Dios, pero nada justifica el asesinato de sus autores, decir como varios que he escuchado «es grave su muerte pero es que se lo buscaron… » es suavizar la atrocidad cometida y justificar el accionar de los fanáticos que son los que hay que identificar y sancionar socialmente por su alta peligrosidad.

Ocho siglos después de esta historia de ficción un Franciscano como Fray Guillermo de Baskerville llegó a ser papa y se le preguntó su opinión sobre la masacre en París, a lo cual contestó “no se puede ofender una religión”, lo que no se puede, señor Bergoglio, es matar en nombre de la fe.

 

Comentarios

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2 comentarios

    • HENRY PATIÑO el 3 febrero, 2015 a las 10:08
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    Definitivamente tiene razón al afirmar que el valor de la vida es fundamental y que no es justificable ni esta ni ninguna muerte de periodistas, dedicados a su oficio. Pero la vida como valor se ha vuelto relativo en nuestra sociedad y en esto todos hemos participado de alguna u otra forma defendiendo tesis particulares y obviando lo obvio la vida es un valor supremo que el hombre no es capaz de renovar, solo de mantener. No se puede reducir el problema a una situación de extremismo religioso, pues en todos los países se mata y en el nuestro especialmente por actos de intolerancia de todo tipo. Por el contrario se trata de querer entender la violencia desde sus raíces o sea desde el hombre mismo y por tanto contribuir a una sociedad para que exija respeto por la vida no solo cuando agreden a los cercanos, sino también cuando se agrede a otros, para tratar de ser lo mas ecuánimes posibles y un principio objetivamente valido para todos.

    • Alejandra el 6 febrero, 2015 a las 13:24
    • Responder

    Con está en una imagen es: El nombre de la rosa y no «EN nombre de la rosa».

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