Este escrito sobre Gabo y su relación con el cine, lo quería hacer desde hace varios años pues me llamaba poderosamente la atención la forma en que se expresaba directa o indirectamente sobre todo lo relacionado con cinematografía.
Hoy con motivo de su fallecimiento me atrevo a afirmar que García Márquez, afortunadamente para los colombianos, fue escritor porque encontró muy complejo hacer cine.
Tomé el libro, Vivir para contarla, como base para esta afirmación pues su carácter autobiográfico lo hace rico en anécdotas. La primera de ellas, la que cuenta que de niño su abuelo lo animaba para que expusiera ante la familia la película que acaban de ver en el pequeño teatro de don Antonio Daconte en Aracataca.
“Nos invitaba a la función tempranera de su salón Olympia, para alarma de la abuela, que lo tenía como un libertinaje impropio para un nieto inocente. Pero Papalelo persistió, y al día siguiente me hacía contar la película en la mesa, me corregía los olvidos y errores y me ayudaba a reconstruir los episodios difíciles. Eran atisbos de arte dramático que sin duda de algo me sirvieron”
Aunque la imaginación y las inquietudes literarias siempre lo acompañaron de niño, el cine representaba un misterio mágico que pudo disfrutar libremente cuando obtuvo el permiso de su padre para ir solo a la matiné de los domingos en el teatro Colombia en donde vio varias de las películas que lo marcarían
“La Invasión de Mongo fue la primera epopeya interplanertaria que sólo pude reemplazar en mi corazón muchos años después con la Odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Sin embargo el cine argentino con las películas de Carlos Gardel y Libertad Lamarque, terminó por derrotar a todos.”
Pero su influencia para comenzar a soñar vino realmente de su amigo e integrante del grupo de La Cueva el cuentista Álvaro Cepeda Samudio, un cinéfilo que estudió en Nueva York quien le metió una espina que lo acompañaría hasta su muerte
“Cuando Álvaro regresó me dio un curso completo a base de gritos y ron blanco hasta el amanecer en las mesas de las peores cantinas, para enseñarme a golpes lo que le habían enseñado de cine en los Estados Unidos, y amanecíamos soñando despiertos con hacerlo en Colombia”
¡Hacerlo en Colombia! Es comienzo de los años 50 y en el país se había dejado de producir cine desde los hitos cinematográficos de los años 20. Eran además épocas difíciles para el joven escritor costeño radicado ahora en la capital pues le pagaban poco por publicar sus cuentos y las dudas sobre su futuro lo agobiaban, así que esta idea loca lo animó
“la falta de ilusiones me afectaba más que la falta de plata”
Mientras dejaba de ser una ilusión lo de hacer cine, García Márquez se había ganado el afecto del gran director del periódico El Espectador, don Guillermo Cano quien lo valoraba por la forma descriptiva en que redactaba las noticias y su criterio para volverlas crónicas, de tal manera que cuando Gabo le planteó escribir sobre crítica cinematográfica no dudo en aceptar.
“El Espectador fue el primero que asumió el riesgo y me encomendó la tarea de comentar los estrenos de la semana más como una cartilla elemental para aficionados que como un alarde pontificial”
Y en verdad que así fue, Gabo no sólo comentaba las películas, el hablaba de lo que veía en torno al cine, como ese fabuloso artículo en el que se pregunta por el abuelo adinerado que va a matiné todos los días. El que será nuestro nobel de literatura superará la limitada crítica de películas para hacer maravillosas crónicas relacionadas con cine.
Entre 1954 y 1955 escribió 75 crónicas de cine, varias enviadas desde Roma donde fue corresponsal del periódico capitalino, algunas de las cuales las leí en el libro Crónicas y Reportajes.
En el libro, Cómo se cuenta un cuento, basado en sus talleres de cine dictados en la Escuela Internacional de cine y TV de Cuba, precisa que en su época de estudiante asistió al Centro Experimental de Cinematografía en Roma a aprender el oficio de guionista pero los que enseñaban eran una especie de doctores en historia del cine y no daban opción a practicar, que la verdadera enseñanza para escribir cine la adquirió cuando aprendió las normas del montaje.Tenía 27 años y su amor por el cine crecía, sin embargo le parecía muy complicada la lógica de filmación y los recursos técnicos.
Paradójicamente uno de sus libros más destacados EL coronel no tiene quien le escriba, escrito en esa época, dice Gabo que lo pensó como un guión cinematográfico pero que no veía como realizarlo, así que lo publicó con buena crítica.
Un buen día, de nuevo en Bogotá, le llegó Álvaro Cepeda a la oficina para que se vinculara junto a Luis Vinces en una película que iban a hacer. Ese primer corto se llamó la Langosta Azul, tiene un aire surrealista y se registra como la primera participación de Gabo como guionista, aunque él dice que sólo ajustó algunos detalles de la estructura narrativa.
A partir de ese momento comenzaron otras curiosas intervenciones en el cine, como la que hicieron en México con el surrealista insigne Luis Buñuel quien dirigió su cuento En este pueblo no hay ladrones (1961), Juan Rulfo de quien adaptó la novela El gallo de oro y Arturo Ripstein quien dirigió la versión mejicana de Tiempo de morir 1966.
Lo curioso es que con algunas excepciones las películas basadas en sus escritos no alcanzaron el éxito de taquilla o de crítica que se esperaría por su condición de literato pero la cruda realidad es que son lenguajes diferentes y como bien lo dijo el mismo, una película depende de muchas personas a diferencia de la literatura que lo hace una solamente.
Pronto llegaron los premios en literatura como el Rómulo Gallegos en 1972 mientras en cine las entradas eran desfavorables, así se escuchara que sus guiones eran muy bien estructurados. Resultó común que quienes lo adaptaban manifestaban un excesivo gusto por su obra o trataban de ser muy fieles al relato original. Esa puede ser una de las paradojas de Gabo y el cine, que existe un respeto mayúsculo por sus escritos cuando lo que se debe hacer es tomar su esencia y re elaborar un producto nuevo basado en las normas del lenguaje cinematográfico.
Sin embargo, el universo García-marquiano (si me permiten el término), está en obras cinematográficas que admiro, por ejemplo la versión colombiana de Tiempo de morir 1985, dirigida por Jorge Alí Triana, en donde se proyecta la pesada responsabilidad que cree tener Julián Moscote de vengar la muerte de su padre sucedida hace dieciocho años en un duelo con Juan Sáyago, así el que lo hizo ya hubiera pagado con la cárcel. Interpretada con gran credibilidad por Gustavo Angarita como Juan Sáyago, Sebastián Ospina como Julián Moscote, Maria Eugenia Dávila y Jorge Emilio Salazar este Western o película de vaqueros a la colombiana es un referente importante para valorarlo.
Uno de los libros que consideré más cinematográficos de su obra fue, Del amor y otros demonios, llevado a la pantalla grande por la costarricense Hilda Hidalgo en el 2010 quien se esmeró en mostrar una hermosa fotografía pero lamentablemente sin la emoción visual que si me generó el libro pues para mi no alcanzó a reflejar toda la angustia de este joven sacerdote enamorado de Sierva María de todos lo Ángeles.
Y vuelve esa inevitable situación de comparar la película que nos hacemos los lectores al leer el libro con la inconformidad al ver la versión del director en la pantalla grande.
No obstante, Gabo le metía todo su entusiasmo a cada nuevo proyecto que lamentablemente una y otra vez resultaban flojos para la audiencia así tuviera actores renombrados como Ornella Muti y Antonhy Dellón en Crónica de una muerte anunciada 1987 del director italiano Francesco Rossi o Javier Bardem y Catalina Sandino en el Amor en los tiempos del cólera del 2007 producida en Hollywood.
Junto a su amigo el director brasilero Francisco Birry y por supuesto con el respaldo de Fidel Castro creó la Escuela Internacional de Cine y Televisión ubicada en San Antonio de los Baños a 40 minutos de la Habana, donde, comentario aparte, tuve la oportunidad de estudiar un par de meses y comprobar que Gabo escogió a Cuba porque el realismo mágico es tan fuerte allá como lo es en Colombia.
Creo que en algún momento Gabriel García Márquez comprendió que la literatura y el cine son dos lenguajes diferentes, que pueden nutrirse uno del otro, que se quieren y necesitan pero el éxito en una no necesariamente asegura la adaptación en la otra, por eso se negó a que alguien filmara la obra que encierra su maravillosa mitología caribeña, Cien años de soledad: “sólo si la realizara Akira Kurosawa” dijo, a lo que el director japonés respondió cordialmente que no se atrevería a semejante reto.
Pero no todo en su relación con el cine tuvo un sabor agridulce. Rodrigo García Barcha su hijo mayor es hoy en día un respetado director de cine con formación en fotografía quien tiene las cosas claras a pesar del peso de su apellido, una vez le preguntaron que si adaptaría obras de su padre al cine y con una sabiduría propia de las estirpes condenadas a cien años de soledad, contestó lo siguiente:
«No, no está dentro de mis planes, porque no resultaría. ¿Por qué? Por dos razones. En primer lugar, porque la película en sí misma sería secundaria. Y, además, porque Gabo y yo tenemos distintas obsesiones y, por lo tanto, distintos temas»
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GABO