Bucaramanga: una utopía corporativa neoliberal

En la era digital, los jóvenes se encuentran en el centro de una transformación urbana acelerada, cuestionándose si las habilidades tecnológicas y la alfabetización digital les confieren un sentido de propiedad sobre el futuro de sus ciudades. Es vital preguntarnos: ¿Para quién son inteligentes las ciudades inteligentes?

La realidad urbana en países como India es alarmante: la mitad de las ciudades más contaminadas del mundo se encuentran allí, uno de cada seis residentes urbanos vive en condiciones deplorables, un tercio de la población carece de acceso al agua potable, y un 84% no tiene acceso a instalaciones sanitarias adecuadas. Esta situación plantea una pregunta crítica: ¿debería el país enfocarse en crear 100 enclaves urbanos de alta tecnología, o debería priorizar la provisión de necesidades básicas para cada ciudadano, tales como agua potable, servicios de saneamiento, vivienda adecuada, y un entorno limpio y saludable?

El financiamiento de las Ciudades Inteligentes a menudo involucra significativas inversiones del sector privado, incluyendo empresas multinacionales. Esto evidencia un avance hacia la corporativización de las ciudades en Colombia, con implicaciones profundas para la gobernanza local y nacional, así como para los derechos fundamentales de sus habitantes.

La relación entre tecnología y desarrollo ha sido frecuentemente enmarcada como un vehículo hacia la modernización y el progreso económico. Sin embargo, esta visión determinista puede exagerar las capacidades progresistas de la innovación tecnológica, ignorando otras dimensiones cruciales como la gobernanza democrática y el empoderamiento ciudadano.

A pesar de que las iniciativas de ciudades inteligentes pueden estar vinculadas con la promesa de una gobernanza mejorada, es esencial examinar críticamente si realmente cumplen con estas promesas o si son simplemente estrategias de marketing. Las ciudades inteligentes deben ser vistas como una respuesta parcial, no como una solución integral.

El concepto de ciudades inteligentes en el tercer mundo se ha convertido en un reflejo de la pobreza, donde se instalan sensores que miden problemas sin ofrecer soluciones. La recolección de datos urbanos, por sí sola, no es una panacea que puede erradicar desafíos como el tráfico, la pobreza o la delincuencia. Esta visión optimista puede ser peligrosamente simplista.

Finalmente y considerando que Bucaramanga es una ciudad en desarrollo, la adopción de infraestructuras tecnológicas podría ser promovida como un medio para mejorar la calidad de vida. Sin embargo, es esencial que se mantenga un enfoque crítico, evaluando si estos desarrollos realmente benefician a todos los ciudadanos o si favorecen principalmente a intereses corporativos y privados. La reflexión debe centrarse en garantizar que la modernización no excluya a sectores menos privilegiados y que contribuya efectivamente al bienestar comunitario.

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