Por: Angelique
No podría describir la sensación que tuve cuando lo tuve en frente. Todos mis sentidos estaban al máximo y mi corazón latía a mil por hora. Me habían hablado de él y siempre había querido conocerlo pero cuando lo tuve en frente supe que se habían quedado cortos en buenas referencias, nadie había podido describir tanta magia y majestuosidad. Ahora los entiendo, solo quien lo conoce entiende de la belleza a la que se enfrenta. No me refiero a ningún tipo, ni a ninguna cita a ciegas. Hablo del ¡Amazonas!
Hace poco empaqué mi backpack y me fui con el alma averiada, el corazón confundido y la mente enredada. Sí, yo, la que despeina la vida, sentía cansancio físico y emocional. Llegué a sentir que mi vida, mi dulce vida, me pesaba y que las inconformidades por esto o aquello habían subido de peso.
Por fortuna se me atravesó el paraíso. Pasé de estar 2.600 metros más cerca de la hipotermia para estar inmersa en un verdadero paraíso. Porque eso es el Amazonas un paraíso. Un lugar en el que cada viaje es distinto porque te sorprenden nuevas experiencias y nuevas cosas. Es una dinámica mágica, dulce e imponente que te sobrecarga de felicidad.
Desde el primer día sentí que la naturaleza me consentía, el Amazonas es un regalo cósmico diario. Los amaneceres están llenos de energía y los atardeceres no podrían ser pintados por ninguna paleta de colores, cada uno de ellos te hace pensar quién manda aquí –en el planeta- y definitivamente no somos nosotros queridos humanos.
Luego viene el encuentro con la selva. Misteriosa, enigmática llena de sonidos que te arrullan el sueño o te hacen sentir vulnerable a eso que no conoces. La selva logra poner al ego a dieta. Al maldito ego humano que no es más que un espejismo de grandeza y de poder que queda reducido al mínimo cuando te das cuenta que eres tan solo un punto en el universo.
Animales de mil formas, de diferentes tamaños, colores y misterios. Cada uno te enseña algo, cada uno te inspira una sensación diferente: ternura, pánico, miedo, incertidumbre, asombro, admiración o tal vez algo que nunca habías sentido. Los árboles te regalan oxígeno puro, te limpian la energía y te acogen para protegerte.
El río, la selva y la naturaleza te dejan la opción de divertirte con ellos. Y aparecen los deportes extremos que te ponen al máximo y te enfrentan cara a cara con el miedo. Este paraíso es una terapia no solo para alimentar el alma, la mente y el cuerpo, también lo es para enfrentar el miedo, mirarlo a los ojos y recibir una sobrecarga de adrenalina y alucinar con la sobredosis de endorfinas.
La sincronía que se vive no podría describirla, uno levita en serenidad. Es increíble ver el contraste de tanta majestuosidad y grandeza al lado de una vida simple, básica y por ende feliz. Los indígenas, esos que despiertan en algunos pesar y consideración, curiosamente dicen ser felices, ellos no cambian su universo por la “majestuosa” capital por ejemplo. Para ellos la felicidad es sinónimo de tranquilidad y llámenme loca pero la energía que se siente al lado de ellos es diferente. Sus caras son diferentes y sus ojos parecen llenos de amor, paz y buena vibra.
Mi crisis existencial tuvo la mejor terapia, tuve tiempo para pensar en una hamaca que me dejaba en primera fila de los mejores amaneceres, para ahogar la mala energía en la mitad del imponente Río Amazonas, para escribir con la luz de los atardeceres, para leer con el viento en mi cara, consentir el alma y el corazón y por supuesto limpiar mi energía.
Llegué recargada, renovada, levitando en tranquilidad, liviana, sin apegos, con la mente inquieta y la firme convicción que si he podido despeinar la vida una y mil veces puedo hacerlo una más. Cuando la respuesta a ¿eres feliz? Deja de ser sí, es tiempo de hacer cambios, porque no hay nada más delicioso en la vida que despertarse con las ganas de devorar el mundo.
El Amazonas es un rinconcito multicultural que cada uno de ustedes como habitante del planeta tiene la obligación de conocer. Me encantaría poder describirles todo lo que perciben los sentidos, pero las palabras no son suficientes para hacerlo. Como en el carnaval de Barranquilla: solo quien lo vive es quien lo goza.
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2 comentarios
La naturalez con sus colores, con sus luces, con sus sonidos, son la mejor terapia para el alma y recuperarse fisica y mentalmente. Yo no tengo la suerte que tu tienes de estar tan cerca de un lugar como el amazonas, pero cuando siento que no puedo más me marcho a las montañas con mi mochila y camino, veo y siento, hasta que me recupero. Y vuelta a empezar.
Impactante y Atrayente… es lo que pienso de este destino colombiano. No he tenido la oportunidad y creo que me demoraré para tenerla, pero siento que me he transportado a esa jungla de colores vivos y sentires relajantes con solo leer este articulo. Si todos los colombianos conociéramos las riquezas de nuestras tierras, de nuestra Colombia bella, no dudaríamos en fijar como próximo destino la rivera de un río colombiano a una playa blanca y mar turquesa del extranjero.