¿Hay algún actor o director en la historia del cine que sea capaz de hacernos reír permanentemente y a la vez generarnos tristeza? algunos me soltaron celebridades contemporáneas como Adam Sandler, Will Ferrer y Jim Carrey… um… hago memoria y por más que lo intento sólo encuentro uno que logró dominar la tragicomedia de tal manera, que hoy después de cien años sigue tan vigente como la primera vez que fue proyectado sobre un telón, Charles Chaplin.
Gracias al ciclo de cine clásico programando por Cine Colombia hemos visto por estos días en pantalla grande dos obras de este humorista y cineastas inglés: El Circo (1928) donde despliega sus aptitudes para la comedia física y la maravillosa Luces de la Ciudad (1931) en mi concepto la mayor obra de toda su filmografía y si hay algo que no me deja de asombrar es como reímos y lloramos los espectadores constantemente con las aventuras que tiene que afrontar el pequeño vagabundo.
Faltan por presentar, Tiempos Modernos (1931) donde una máquina se traga al agobiado obrero y El gran dictador (1940) donde se burla de Hitler en plena segunda guerra mundial y no hay excusa para que los espectadores en mayo de 2015 disfrutemos sus películas como si estuviéramos en la década del 20 o del 30 del siglo anterior.
No es un problema que sean en blanco y negro, ni que en su mayoría sean mudas, ni que los créditos vayan al comienzo, ni que no sepamos cuáles eran las inquietudes políticas de esa época, ni que tengan pequeños saltos de continuidad, ni que el protagonista fuera bajito y su personaje pobre, nada de esto importa porque el lenguaje de Chaplin es el de los sentimientos y la acción. Eso es igual ahora y siempre.
Chaplin tenía herencia actoral, formación circense y un don para la imitación inigualable. Esto sumado a su interés por la sociedad y sus injusticias formaron su mundo lleno de risas que brotan de situaciones complicadas; más que un clown o un mimo, fue un observador social agudo que adaptó su discurso al cine.
En su momento fue perseguido por radicales republicanos como el senador Mc Carthey que lo acusaron de comunista, cuando esa tendencia política la querían llevar a la categoría de delito después de la segunda guerra mundial en los Estados Unidos, Chaplin contestaba que no había militado en ningún partido político y que si lo querían acusar preferiría que lo tacharan de Humanista.
Y era lógico que un godo como Mc Carthey se escandalizara cuando vio su corto, El Inmigrante (1917), en el que el pequeño Charlot va llegando a Nueva York en un barco lleno de europeos hambrientos que lloran de alegría cuando ven aparecer la estatua de la libertad y segundos después estaban huyendo de la policía de inmigración que los perseguía para darles bolillo
¿cómo se atrevía este inglés a pisotear así el «sueño americano»? promulgaban sus ultra derechistas detractores, que por supuesto no era la gran mayoría de público que reía a carcajadas en todo el mundo cuando el hombrecito del bigote chistoso se escapaba del policía, engañaba al dueño de la cafetería para poder pagarle unos panecillos y conquistaba a la hermosa y desvalida joven.
Había mucho de la tragicomedia que fue su etapa juvenil en sus películas. Después de que su madre fuera internada en una clínica de reposo las condiciones de vida para él y a su medio hermano mayor Sidney fueron tan complicadas que prácticamente les tocó rebuscarse la comida en las calles.
El recuerdo del policía que los quitaba de los ventanales, el cochero gordo que caminaba con los pies bien abiertos, los trabajadores de las fábricas saliendo a comer y las chicas bonitas pero peligrosas, estarán presentes en la mayoría de los casi 80 cortometrajes y en las 10 películas que realizó.
Sin embargo, hoy en día no hay que contextualizar la época en que se realizaron sus películas para entenderlas, ni de explicar nada con nuestras palabras, todo lo entendemos con las acciones, con las miradas, con las aventuras románticas surgidas en las calles, con la inocencia y a la vez la picardía del vagabundo.
Mantengo intacta mi devoción por este señor quien además de actuar, dirigía, producía escribía los guiones y hasta ¡componía algunas de las canciones de su banda sonora!
Con las películas de este londinense descubierto por el naciente Hollywood uno sale del teatro sintiendo que vio una obra de arte absolutamente divertida, entretenida de comienzo a final con elementos de reflexión metidos en los golpes que recibe el protagonista o en los que da; en la risa tierna con las niñas indefensas y en la patada en el trasero a los ´montadores´ de cuello blanco.
Por eso en las dos funciones a las que hemos asistido, los niños se divierten con las persecuciones, algunos nos reímos con las tragedias y otras lloran hasta que se prende la luz del teatro.
Si se perdieron las dos anteriores no se preocupen porque las dos que siguen son de igual o mayor categoría: Tiempos modernos, donde encierra su universo de luchas por sobrevivir en medio de la modernización, interpretando por última vez al pequeño vagabundo al que se negó a hacerlo hablar (aunque ya había llegado el cine sonoro) y El gran dictador, donde hace dos personajes a la vez que si hablan y mucho, un barbero judío muy parecido al gran dictador de Tomania con el cual lo confunden, en una punzante ridiculización a Hitler que en ese momento era el amo militar de la guerra en Europa; el pensamiento pacifista de Chaplin queda sellado con el discurso final del falso gran dictador.
Acepten por favor mi invitación a este ciclo porque después de ver un par de películas de Charles Spencer Chaplin no volverán a hablar de lo geniales que son Adam Sandler, Jim Carrey o Will Ferrer.
1 comentario
Se perdió dos, querido amigo: el ciclo comenzó con «The Kid», y luego siguió con «The Gold Rush». Todas, TODAS, unas obras maestras. Y sí: «The Kid» es la única película que me hace morir de la risa y del llanto, en una sola hora.