Considero que este es el momento adecuado para hablar de un personaje que se creyó, la reencarnación del libertador Simón Bolívar, que convenció a miles de personas con sus discursos populistas, alguien que intentó unir bajo su ideal a varios países latinoamericanos, aquel que a través de sus actuaciones en televisión generó grandes pasiones, del hombre que con su radicalismo creó una inestabilidad política en su país, alguien que no se bajó del poder así estuviera enfermo, su nombre es… Santiago Miranda.
No me confundí, no me estoy refiriendo a… en fin, Santiago es el actor que encarna al libertador en la telenovela “Los amores de Bolívar” de gran rating a nivel nacional, en la cual el director y el libretista se toman libertades históricas con los personajes a tal punto que Santiago siente que no puede seguir con la historia.
Ese es el detonante de la película ¡Bolívar soy yo! (2002), del director colombiano Jorge Alí Triana, en la que Robinson Díaz interpreta al actor Santiago Miranda, quien se metió tanto en el personaje que la ficción y la realidad empezaron a jugar con él.
Una situación que tanto en la fantasía como en el escenario vivo de nuestros países tiene sus referentes.
Aunque Miranda si era un actor inestable, no se creía Bolívar en el sentido literal de la palabra. Sucedió que además de la crisis de la mediana edad que estaba viviendo, la gran cantidad de seguidores de la telenovela lo llamaban General cuando lo veían en la calle, lo dejaban viajar gratis en avión, su mamá le decía a una vecina que no era fácil ser la madre del libertador, incluso el presidente de la República con su Ministro de Defensa consideraron conveniente invitar a “Bolívar” a una parada militar para que hiciera los honores correspondientes.
Santiago, al ver el desbordado entusiasmo de la masa por su personaje, decide sacarle provecho, con nobles intenciones que poco apoco se le van saliendo de las manos. Primero da discursos sobre la integración de las naciones, luego les ´canta la tabla´ a los presidentes andinos reunidos en Bogotá: les dice que algunos de ellos utilizan su nombre, el de Bolívar, como pretexto para dar golpes de estado, para bautizar hospitales que no sirven o colegios sin recursos.
Los guerrilleros sintieron que sus palabras eran también las de ellos. Salieron de las selvas y se tomaron el pequeño barco donde viajaba con el presidente, para hacerle entrega formal de la Espada de Bolívar, robada en la vida real por el grupo insurgente M-19, en enero de 1974. Bolívar, digo, Santiago, les dice que respeten, que de ninguna manera lo van a usar para legitimar la barbarie de la lucha armada.
No hay mucho en la ficción cinematográfica que se escape de nuestra ´macondiana´ cotidianidad.
En 1981 un actor llamado Pedro Montoya interpretó a Bolívar en la serie de televisión, “Bolívar, el hombre de las dificultades”. Lo recuerdo por su galante voz de locutor profesional, su baja estatura pero con el porte del gran héroe, aunque lo que más trascendió no fue su notable actuación sino la supuesta dificultad del hombre para alejarse del personaje. Y digo supuesta, porque en realidad fue la sociedad la que no lo dejó salirse del rol. Dijeron que él se creía Bolívar y el artista sin su traje solo decía que por favor lo dejaran trabajar. No le dieron otro papel destacado, porque no era digno ver a Bolívar actuar de algo que no fuera el.
Otro en su lugar hubiera construido una imagen de revolucionario y líder vitalicio bajo la sombra del prócer…
Volviendo a la película, Santiago Miranda, afectado por las presiones de la productora de la novela, su vida sentimental, el gobierno, su médico y la masa, decide obligar a los presidentes andinos a dejar sus intereses particulares para cumplir el sueño, de un continente unido, sin fronteras entre hermanos y con objetivos comunes como erradicar la pobreza y la ignorancia.
Por supuesto, las cosas no saldrán cómo nuestro, ahora sí, descabellado héroe de película, lo soñaba.
La cinta, que fue premiada en el Festival de cine de Mar del Plata Argentina y en Touluse Francia en el 2002, llegó a mi mente después de tantos años, por ver cómo el presidente de un país latinoamericano buscaba, a costa de su salud, mantenerse en el poder, pues asumió su trayectoria de líder militar y político como si fuera una herencia histórica del libertador Simón Bolívar.
Sus referencias constantes al líder de nuestra independencia, sus maratónicas intervenciones televisivas, el llamado al peligroso nacionalismo, la paranoia de enemigos acechando, las multitudes frenéticas sosteniéndolo en el poder y una actitud agresiva con las corrientes políticas adversas, me hicieron acordar de, ¡Bolívar soy yo!
No voy a decir de qué República Bolivariana de Venezuela estoy hablando ni de que Hugo Chávez me acordé, por consideración a su salud que lo tiene alejado de las cámaras, de los discursos populares y de sus seguidores pero también, por temor a las masas incontrolables que devorarán sin duda al actor de esta tragicomedia tropical.