CINE Y PERIODISMO

Desde mucho antes de El Ciudadano Kane el periodismo ha sido uno de los temas más jugosos en el cine mundial, ha servido a manera de desquite o como un encantador elemento para la denuncia y el planteamiento de temas éticos en su mayoría.

Por Isaias Romero Pacheco

yopoetrix@gmail.com

No creo equivocarme al decir que la primera película relacionada con el tema del periodismo en el cine date de 1929. El Reportero del Diablo, una cinta del famosísimo Billy Wilder que contaba como un periodista y su ayudante, al investigar a unos gánsteres que habían raptado a unas jovencitas americanas en Berlín, lograban liberar y enamorar a una de ellas, escribiendo de paso el reportaje del año.  Otra de esas primeras, es de 1931, The Front Page, fue una película dirigida por Lewis Milestone, se consigue a veces en youtube como El Gran Reportaje y básicamente recreaba la historia de una obra teatral de Ben Hecht y Charles McArthur, con el mismo nombre, que tuvo una saga posterior en 1940 dirigida en esa otra oportunidad por Howard Hawks, (el mismo de la Scarface de 1932) y bajo el nombre de Luna Nueva, pero no la otra que están pensando. Estas, las primeras referencias, hablaban ya de una oportunidad social, política y literaria interesante para aprovechar no sólo la visión de directores y guionistas sobre el oficio más bello del mundo, sino la percepción de cómo nos ven los demás.

Si vamos a empezar un conteo hay que indicar que siempre quedan películas por fuera, que se alimentaran obviamente en el foro o los comentarios al final de la nota. Una para empezar y no necesariamente por la cronología, es La Reina de la Noche, dirigida por William Wellman de 1937, y que abordó en plena crisis económica en el mundo todo lo que hace el periodista por conseguir la nota. Al mejor estilo de García Márquez, la historia cuenta cómo una periodista se hace pasar por esposa de un prisionero norteamericano, que luchó en la Guerra Civil Española, para sacarle una entrevista, y además ayudarlo a escapar. La práctica no es muy lejana, como decimos, pero si es cierto que el periodismo no puede basarse en engaños al público, no puede quedar la más mínima duda de haber hecho las cosas bien, de sacarle partido a las jugadas del destino y aprovechar, en miras de la verdad, todas las oportunidades que se den.  Una más de principios de los cuarenta, esta vez en manos del maestro Alfred Hitchcock se llamó El Enviado Especial, cinta que nos contaba de las fechas previas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, donde un corresponsal americano enviado a Europa se ve envuelto en la lucha contra el fascismo durante la investigación del secuestro de un diplomático holandés. Recomendada por ahí.

De la década del 40, obviamente Ciudadano Kane, de Orson Welles, de la que se ha escrito mucho, y una docena más de cintas, pero entrar en los años 50 es acercarse de frente a un clásico, El Gran Carnaval. Para quienes no la han visto, no sólo sirve para una clase de primer semestre, sino además para aprovechar verla en un buen combo de amigos. Nuevamente Billy Wilder (debe ser por eso que le gustaba tanto a Andrés Caicedo) usa a Kirk Douglas como un reportero que mantiene sin ser salvado en una mina, a un pobre tipo con tal de prolongar el éxito de su exclusiva.  La historia está basada en unos hechos similares que ocurrieron en Kentuky en 1925 y ha sido la única colaboración en la que participaron Wilder y Douglas. Afortunadamente el afán de la chiva es un tema del pasado. Ahora peleamos por la claridad, la inmediatez y la verdad. No está de más decir que su traducción al español obedece justamente a todo eso que se arma alrededor de las noticias mundiales y de lo que con toda seguridad debemos huir.

No hay que olvidar que buena parte del cine de esta época, conservaba esos halos nostálgicos del periodista de oficio; esos personajes de cigarro en la boca y máquina de escribir que representaban a una especie de escritores frustrados que habían encontrado en el periodismo una ventana de escape. Y que son personajes ampliamente alimentados por la literatura, por la novela negra, por las épocas de mafias y tiroteos. Prácticamente una película al año salía de los estudios norteamericanos en relación directa con el periodismo, durante esta época de los cincuenta. Casi que héroes detrás de sus gabardinas y sus libretas de notas, encarnados en galanes como Humprey Bogart, Gregory Peck o Burt Lancaster y dirigidos por personajes como Fritz Lang, Elia Kazan o el mismísimo Federico Fellini, que en 1959 nos regaló La Dolce Vita, que no es nada menos que la historia de un periodista en Roma, que siente en la sangre, el vacío de la opulencia y la mezquina alta sociedad.

Reseñar en la misma época Escuela de Periodismo de Jesús Pascual, una cinta en la que mujeres estudiantes les advierten a sus machistas compañeros cómo ha evolucionado el mundo en esos temas (¿dónde he leído esto antes?) y junto a estas, otras destacadas como Chantaje en Broadway o como indica su traducción literal del inglés El Dulce Aroma de los Sucesos (Sweet Smell of Success) dirigida por Alexander Mackendrick y protagonizada por Burt Lancaster, un despiadado columnista que antes de la aparición de la televisión tenían el poder en su columna de destruir o potenciar carreras de artistas y personajes. En los sesenta se estrenó igualmente una primera versión de A Sangre Fría, el relato periodístico e investigativo de Truman Capote sobre la conocida masacre de Kansas en las que unos jóvenes sin piedad alguna asesinan a una familia indefensa. La historia en sí, es sobre uno de los más viscerales relatos en una excelente forma de demostrar el ejercicio de la investigación periodística bien realizada. En el 2005 bajo el nombre de Capote, se haría un remake grandísimo con la actuación de Phillip Seymour Hoffman que pareciera nacido para ese papel. La angustia de Capote y la forma de llegar a la verdad puede darnos una completa reflexión sobre cómo abordamos la fuentes, las distancias que deben conservarse y en las cosas en que no se debe jugar.

Pero el cine además de criticar la acción del periodismo y sus prácticas negativas ha realizado verdaderos homenajes a las labores del oficio. Entre estas una película de Alan Pákula de 1976  Todos los hombres del presidente protagonizada por nada más y nada menos que por Dustin Hoffman y Robert Redford, quienes estelarizan a Bob Woodward y Carl Bernestein los afamados ganadores del Púlitzer que destaparon el escándalo del watergate que resultó en la primera y única dimisión de un presidente Norteamericano, Richard Nixon. Si algo hay que aprenderle al caso Watergate es que Nixon renunció por mucho menos de lo que la corrupción y el abuso del poder ha demostrado en los mandatarios colombianos. Seguramente el Presidente Nixon no colocó los micrófonos en la sede Demócrata y es muy probable que jamás se haya enterado de lo sucedido, pero la responsabilidad del estado pesa sobre las cabezas como ha sucedido y como debe ser en miles de casos de la historia nacional y mundial. Hasta el mismo presidente Betancourt asumió la responsabilidad de los cruentos hechos del Palacio de Justicia, otro rasgo como para no creer.  Pero vemos, igualmente, el papel crucial de la prensa en la historia de un país. Si bien Nixon sale por la investigación que inician los jóvenes periodistas, es crucial la forma en que van descubriendo la verdad. En una película sobria y sin frases lapidantes que refleja la capacidad del Estado por ocultar la verdad cuando goza de la popularidad, tan común en los últimos mandatarios y recordemos que uno de los arrestados en el sonado caso Watergate era el jefe de seguridad del comité reeleccionista de Nixon.  Las pruebas en el escándalo Watergate fueron ocultadas, no todas se entregaron finalmente. Dustin Hoffman (Bob Woodward) y Robert Redford (Carl Bernstein) registran con actuaciones mesuradas y recrean estrategias poco convencionales de como los protagonistas mintieron y actuaron para proteger sus fuentes (entre ellas el famoso Garganta Profunda, conocido 35 años después como un alto agente del FBI). La investigación generó un duro enfrentamiento entre el poder judicial y el ejecutivo norteamericano ante los ojos asombrados de un país con la estatua de la libertad a su entrada. La opinión pública forzó la entrega de las pruebas y al admitir Nixon su responsabilidad, luego de varios años de haber sido revelada por los periodistas, la Corte Suprema acusa formalmente al Presidente por obstruir una investigación judicial, abuso de poder y ultraje al congreso. Luego el helicóptero verde ascendía con un Nixon derrotado y tardíamente digno.

Hace un par de años en una charla en Florida, reseñada por el St. Petersburg Times, el periodista Carl Bernestein acusó al periodismo actual de “insultar a la inteligencia e ignorar la vida real”, “desafío a los lectores, ocupado sólo en entretenerlos estúpidamente” y puntualizó que los grandes medios corporativos son los responsables inteligentes “porque no les interesa la verdad, sino sólo los beneficios”. Visto así, creo que no queda mucho por agregar. Salvo esa maravillosa capacidad del arte por manifestarse. Pero este sólo tema reflejado en el cine daría para otra publicación.

Esa recreación del periodismo y el cine ha dado también para películas malas y buenas, por ejemplo El Año que Vivimos Peligrosamente de Peter Weir, Bajo Fuego, una película de 1983 de Roger Spottiswode con Nick Nolte, Ed Harris y Gene Hackman y obviamente Salvador de Oliver Stone. Si no estoy mal, Bajo fuego es la película que recrea el montaje para hacer figurar a un líder guerrillero como vivo, parafraseando lo sucedido con el Che Guevara e incluso con el mismísimo Jaime Bateman.

Pero este cine de cubrimiento de guerra encontró especialmente en los años ochenta y noventa una auge que dio paso incluso a la recreación de grandes crónicas mundiales. También configuró una deuda histórica hacia el periodismo como un oficio de denuncia y de una enorme responsabilidad social por lo que se hiciera necesario presentar a los espectadores una versión de la versión, es decir la historia detrás de la historia y aunque tiene ese maquillaje taquillezco de Hollywood deja una ventana abierta al criterio periodístico que es lo fundamental y sobre todo lo único que no puede perder ningún medio y ningún periodista: la credibilidad. Cintas como  Bajo otra Bandera de Bruno Barreto que recreaba la crónica de un periodista peleando contra el FBI y demostrar su participación en los homicidio de políticos opositores, The Paper de Ron Howard que muestra 24 horas de un diario sensasionalista, Territorio Comanche de Gerardo Herrera, contando la novela periodística de Arturo Pérez Reverte sobre la vida hostil de los reporteros yugoslavos en medio de su conflicto o El Informante de Michael Mann  con Al Pacino y Rusell Crowe que retrata la investigación que llevó a cambiar las políticas estatales norteamericanas frente al tabaco, dan cuenta de una década preocupada por rescatar esos grandes reportajes como diríamos al comienzo, pero igualmente reafirmar, al periodismo norteamericano como uno de los más destacados en el mundo.

Asesinos por Naturaleza en los noventa, es un ejemplo que Oliver Stone presenta ambientando la leyenda moderna de Bonnie and Clyde, en el fondo de una fuerte crítica esta vez no sólo al periodismo sino también a los medios de comunicación. Lleva al espectador, aparentemente sobre una historia de violencia, (que evidencia realmente la realidad de esa generación noventera), pero que recrea episodios de series de televisión, comerciales, spots, ventanas con imágenes televisivas y el afán de los medios por cubrir la noticia sin escrúpulos y sin medidas. Pero en los noventa, también aparece Tesis de Alejandro Amenábar intentando mostrar la adicción del cine snuff alimentado por el amarillismo y mostrando las debilidades de la formación de estudiantes de periodismo cuando abordan temas de sensibilidad social, pero de altísimo interés mediático.

Cortina de Humo de Barry Levinson que demuestra hasta donde es capaz de llegar la gente alrededor por el poder, con una nueva buena actuación de Dustin Hoffmain y la imperdible Show de Truman de Peter Weir, en la que me parece la única buena actuación de Jim Carrey, quien interpreta a un hombre que desde niño ha crecido en un set de grabación con una ciudad y familia de mentira para alimentar un reality.

Entre las recientes, hablamos del siglo XXI, Morning Glory de Roger Michell, sobre una productora de televisión recién despedida de su trabajo y que para rescatar su vida profesional contrata un periodista en decadencia condenado al olvido y llevando el alcoholismo, otra de Ron Howard, Frost / Nixon que cuenta cómo David Frost, el único periodista al que accedió Nixon en medio del escándalo watergate, logra extraer con una buena formulación de preguntas y toda una arquitectura de secretos profesionales, presenta en el momento cumbre de la entrevista el buen oficio de saber preguntar. Y cómo dejar por fuera dos valiosas joyas que son un homenaje al periodismo, Spotligth de
Tom McCarthy y The Post de Steven Spielberg, de las cuales sólo diré que tienen que verlas.

Ha sido pues el cine un elemento de reflejo del buen y mal periodismo que bien serviría para discutir, para armar todo un cineclub de periodistas con la clara perspectiva de analizar nuestras prácticas. Bien diría Jan Luc Godard que el cine no es un arte que filma la vida sino que está entre la vida y el arte, y entre el buen y mal periodismo siempre habrá una película que comentar. Leo comentarios.

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