Capítulo 6: A veces hay que ser fuerte

Es llegar a mi casa y sentir ese olor a pobre, ese que es como entre la chinchurria y la imitación de fabuloso que se le mete a uno por las fosas nasales y sale en forma de veneno. La cocina tenía todos los platos sucios, las camas estaban todas destendidas y como que estuvieron orinando en todas partes menos en la taza del baño, porque el berrinche era infernal. Me dieron ganas de tirarme al sofá, poner La voz de la raza y sacar el la puchita de guaro. Pero alguien tenía que ser fuerte. Me remangué la falda, me desabotoné el escote, me enrollé el cabello en un tenedor y agarré la esponjilla zabra. Y como hoy tocó aseo general, aproveché y me bañé.


Hoy por la tarde me llamó mi hermana Petrica para pedirme que le ayudara a vender unas boletas de una rifa del colegio de la niña, doscientos mil pesos, a tres cifras por la de Medellín. Yo le dije que estaba muy ocupada, que el reuma no me dejaba caminar, que se me iba a caer un ojo, que no me respondía ni la nalga, que tenía la casa como una porqueriza; pero ella insistió e insistió hasta que le dije que me mandara las benditas boletas con la niña que yo las vendía a la salida de misa. 

    

Hoy quiero miriñaque con el viejo, ahora le hago caldo de pescado que él de una entiende con eso. 

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