El tartamán de mi marido está más patán y malacaroso que nunca, pero si cree que amargándonos la vida con ese geniecito de los mil demonios va a arreglar todos los problemas de la casa, está como para que se meta solito al ataúd y se rece él mismo los avemarías. Ayer nada más estaba ahí acostado, pegado, pegado a la orilla a ver si no me tocaba ni el bolero del calzón, entonces yo quise romper el hielo.
- – Viejo.
- – ¿Qué?
- – Hablemos.
- – Estoy dormido.
- – Corréte para acá, que estás que te caes.
- – Es que como vos sos un poco muy gorda, se hace en la mitad del colchón una canoa y termino durmiendo debajo de vos, y yo como campesino hasta el que más, reconozco una marrana hasta por el peso.
- – Mucho hijo de las tres mil p…, no te pego una palmada porque te mando hasta el 2015 y vaya Dios a saber cuándo uno necesite quien se coma los sobrados.
- – Dejáme dormir, soflamera.
- – Calláte, escupitajo de Satanás, y trátame con RES-PE-TI-CO. –Le dije yo apretando los dientes-
No habían pasado ni cinco minutos y ya estaba él roncando, es como dormir en zona de construcción todas las noches, no me aguanto más ese traca-traca, mañana le rebano esa nariz con el hacha de la panela.