Capítulo 2: Pero esta gente es de un sensible

Ayer estaba en la cocina, preparando una sopa de apio con espinaca y coliflor, el plato favorito de la familia, cuando va llegando Camilita con esa amiga de ella, la morocha desaliñada, y yo me quedé mirándola a la cara, y dice a saltáme uno de los párpados, como quien dice: un tic.

  • –          ¡Niña!, ¿pero qué número de polvo es ese? estas muchachitas de hoy en día no aceptan que son un poco morenas. ¡Si para comer panocha los hombres no distinguen de tisnao!
  • –          Ay pero  Maria Camila, tu mamá no se corta es nada para hacer comentarios.
  • –          ¡Niña!, tómatelo con calma, pero que es por cuidarte, para que te veas mejor, estoy haciendo lo que cualquier buena madre haría.
  • –          Mamá, si usted tiene el instinto maternal de Depredador.
  • –          Pasame la revista de Yambal que está sobre el bifé, seguro que le encontramos solución a esta muchachita.
  • –          No hablés, no hablés, que calladita estorbás lo mismo, pero hacés menos daño.
  • –          Muy bonito, estoy en mi casa y no puedo abrir la boca, no puedo hablar, no puedo respirar… Eso, ahora váyanse que así siempre se libran de la cantaleta… Ay, ay, ay, ya llegará el día en que los vea ardiendo en el purgatorio como chuchas costeñas.
Me quedé como con una rabiecita revolviendo esa sopa, no le eché tortilla, ni sal, ni pimienta, ni tomillo, ¡que no estamos de plata como para desperdiciar condimento con la familia! Además que le pregunté al viejo que si era que él no me quería, y me miró por encima de las gafas, tensó el periódico y siguió cagando. Esta familia me mata uno de estos días, si el azúcar no puede, me matan estos de un disgusto.
Mejor me pongo la novela, que hoy sale Carlos Daniel en una toallita chiquititica.

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