Mentes criminales

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La estela de muerte dejada por Pedro Alonso López, Daniel Camargo Barbosa, Luis Alfredo Garavito Cubillos, Manuel Octavio Bermúdez y Nepomuceno Matallana puede dar cuenta de mil macabros casos. La inmensa mayoría de sus víctimas fueron niños colombianos, de extracción humilde, cuyo pecado fue estar cerca de una de estas mentes criminales.

Una copiosa investigación del antropólogo Esteban Cruz Niño nos permite adentrarnos en la sanguinaria mente criminal de estos temibles personajes paridos en nuestra geografía, que valiéndose de armas propia de nuestra cultura, como el engaño, la manipulación y los juegos, destruyeron un pedazo de nuestro país y se robaron parte de la inocencia de nuestro pueblos. Los cañaduzales ya no volverán a ser los mismos, como tampoco los caminos veredales, es casi seguro que el perdón no logrará borrar el miedo y el dolor dejado por estos cinco criminales en serie.

Los monstruos en Colombia sí existen (Random House Mondadori, 2013) sirve como reflexión y es quizá también una advertencia acerca del daño que puede causar una mente enferma que no se corrige a tiempo.

Este título se convierte en una aproximación a la manera como va tomando forma una conducta criminal y de cómo ni la sociedad ni el aparato judicial pueden frenar tal situación. O por lo menos queda en evidencia que en el caso de estos cinco mostruos fue tardía la reacción de unos y otros actores, mientras la furia inhumana campeaba por agrestes terrenos.

En verdad es doloroso revivir aquellas desventuras. Sin embargo, sería más doloroso tener que repetirlas. Por eso, vale la pena entender de dónde proviene tanta maldad. En los casos de estas cinco mentes criminales se evidenció una contundente carga de violencia doméstica en sus vidas. Padres, hermanos, tíos, viniese de donde viniese, esta violencia caló hondo y más tarde se manifestó de la peor manera.
Fueron largos años de dolor y miedo que algún día llegaron a su fin. Casi mil víctimas directas, mortales, sin contar las familias que terminaron destrozadas.

Corredores enteros dejaron de sonreir, Tolima, Huila, Cauca, Nariño, Cundinamarca no volvieron a ser los mismos; poblaciones ecuatorianas como Tulcán, Quito, Azogues o Manta, donde el llamado ‘Monstruo de los Andes’ (Pedro Alonso López) asesinó a más de 57 niñas, aún lamentan su paso. En total se cree que pudo haber cometido 300 crímenes en Perú, Ecuador y Colombia. Hoy está libre. Hay quienes creen que permanece en algún municipio cercano a Ibagué. Algo increíble de imaginar, a juzgar por estas palabras que pronunció alguna vez ante las autoridades: «El momento de la muerte es apasionante, y excitante. Algún día, cuando esté en libertad, sentiré ese momento de nuevo. Estaré encantado de volver a matar. Es mi misión».

Angustiosas carreras por prósperos cultivos del Valle del Cauca terminaron. Pero las marcas de rabia y frustración dejadas por ‘El monstruo de los cañaduzales’ (Manuel Octavio Bermúdez), aún permanecen. Sus crímenes podrían ser más de 50.

Luis Alfredo Garavito Cubillos, de quien hoy se habla más por su posible libertad que por su vida criminal, pudo haber asesinado entre 200 y 400 niños. Nunca se sabrá.

Daniel Camargo Barbosa, conocido como ‘ El sádico de El Charquito, pudo haber asesinado entre 180 y 300 jovencitas. Murió en una cárcel de Ecuador.

 

Otra coincidencia significativa entre los monstruos colombianos es la mecánica criminal que utilizan. Engatusan a sus víctimas con estrategias similares: les ofrecen dinero o les solicitan ayuda para conducirlas voluntariamente hasta lugares despoblados y desiertos donde abusan de ellas y acaban con sus vidas mediante técnicas compulsivas»:

Los monstruos en Colombia sí existen. RHM, pág 27.

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