El cine en Bucaramanga debería estar de luto

No sé cómo explicar por qué se dio mi primer encuentro con el hombre que filmó la Bucaramanga de los años 50 y 60 del siglo XX, pero tiene que ser por alguna razón.

Una mañana del año 2001 salí del estudio de televisión en la Universidad Industrial de Santander, donde trabajaba como realizador audiovisual, para hacer alguna diligencia en otro edificio del campus y en medio de la cantidad de estudiantes y trabajadores que transitan por su calle principal un señor de unos sesenta y cinco años, alto, entre rubio y canoso me abordó y me dijo: “disculpe joven, ¿sabe usted dónde queda la oficina de audiovisuales de la universidad?

La cuestión es que le estaba preguntando a alguien que llevaba en ese momento, 5 años trabajando allí. Le respondí con otra pregunta tanteando la importancia de la necesidad del señor: ¿cómo para qué sería? y el hombre me contestó: “es que tengo unas imágenes de Bucaramanga y la UIS filmadas en los años 50 y necesito pasarlas a un formato más común para poderlas mostrar”.

Fruncí el ceño, miré para todos los lados, volví para ver al hombre que tenía una mirada de confianza  y le contra pregunté: ¿filmadas quiere decir en película de cine? y con una pequeña sonrisa de picardía me confirmó que eran películas que había tomado cuando era “joven y díscolo” y se rio pausadamente.

 

 

De la gran cantidad de personas que viven y visitan la UIS, este señor que decía tener unas películas de Bucaramanga a mediados del siglo XX me preguntaba a mí si sabía donde hacerles transfer ¡para poderlas ver!. No recuerdo que diligencia era la que tenía que hacer pero sin pensarlo me devolví y lo llevé al estudio de televisión donde se lo presenté a mi compañero Isaac Rey, experto en la parte técnica, quien se interesó de inmediato cuando le contamos la razón de la visita.

Isaac desempacó un viejo Telecine que proyectaba cintas de 16 milímetros; nuestro visitante lo miró, dijo que servía, le hizo algunos ajustes y ante nuestra mirada sorprendida nos contó que era ingeniero de la UIS, egresado en el año 1961 y que su tío había sido el primer ingeniero que adaptó el dispositivo de sonido para incorporarlo a los teatros y películas en Colombia; nos presentamos y ahí nos dijo su nombre, Augusto Peter Schroeder.

 

 

Al otro día llegó don Augusto con varias latas de películas y con un termo, según el con Coca Cola, pero cuando la probamos nos dimos cuenta que era la gaseosa con más contenido etílico que nos habíamos tomado a las 10 de la mañana, pero bueno, todo por el cine y sus memorias.

Cuando empezamos a ver esas imágenes proyectadas en la pared del estudio solo pudimos hacer un silencio reverencial, estábamos ante la Bucaramanga de mediados del siglo XX, sus habitantes caminando desprevenidamente por la tranquila ciudad y todo conservado en un celuloide de nítidos colores.

 

 

Tenía varias cintas, un documental de Girón, un dramatizado en el sector de Pan de Azúcar, zona oriental de Bucaramanga y la que más nos interesó, por efectos del lugar donde trabajábamos, un video institucional de la UIS realizado entre 1960 y 1961, narrado por un locutor que nos transportaba a los informativos de la segunda guerra mundial y una sonorización con grandes obras clásicas encabezadas por ´Así hablaba Zaratustra’  de Richard Strauss cuya fanfarria ´Amanecer´ se inmortalizó en el cine en 1968 con la película 2001 Odisea del Espacio de Stanley Kubrick, solo que nuestro personaje la utilizó 7 años antes para su película en Bucaramanga.

 

 

Ese fue el comienzo de una amistad que incluyó inolvidables funciones cinematográficas en su apartamento, pues ponía a funcionar su proyector marca Pathé de comienzos del siglo XX con el saludable sistema de darle manivela para que funcionara. Las veladas eran un poco bizarras pero muy agradables pues había bebida, baile con ¡valses! y lectura de cartas futuristas que el mismo interpretaba por una moneda de cualquier denominación.

Otra faceta que descubrí por unos diplomas enmarcados en su pared es que había sido campeón de cometas en el exigente festival de Villa de Leyva, hasta donde supe siete veces; un día nos llevó a elevar unas acrobáticas que lo hacían ver aun más radiante de lo que era habitualmente.

En el año 2001 realizamos en Teleuis, un perfil audiovisual de unos 6 minutos que sirvió para promocionar el homenaje organizado por la oficina de Dirección Cultural de la universidad en el primer festival de cine UIS.

 

Remembranzas cuadro a cuadro

Click aquí para ver el video:   El regreso de Schroeder a la UIS, Teleuis 2001

 

En el 2010 el Comunicador y realizador audiovisual, Frank Rodríguez, gana la Beca Bicentenario que otorga la Gobernación de Santander con un nostálgico trabajo audiovisual que viaja en el tiempo de la mano de don Augusto Schroeder, su personalidad y sus imágenes.

 

 

El domingo 6 de mayo murió este personaje santandereano con apellido alemán.

Con todo respeto, pues desconozco la decisión de su familia,  propongo que la Gobernación de Santander y la Alcaldía de Bucaramanga eleven a la categoría de Patrimonio Regional sus archivos, que los conserve una institución idónea en la materia, que se muestren en los diferentes niveles académicos, con charlas no solo sobre cine, también sobre planificación urbana, sobre la cultura santandereana y sobre la personalidad de este señor que como dijo una de sus sobrinas en la misa de despedida: incluía en una sola persona a un mago, a un cineasta, a un campeón de cometas, a un humorista, a un inventor y a un amigo.

 

 

Mario Mantilla Barajas
Comunicador Social – Realizador Audiovisual
mariomantilla88.blogspot.com      /     twitter:  @mareoman88 
Facebook, Control TV – Defensoría del Televidente Canal TRO

Comentarios

comentarios

10 comentarios

Saltar al formulario de comentarios

    • Isaac Rey el 15 mayo, 2012 a las 10:30
    • Responder

    Amigo Mario un buen recuerdo y homenaje a un hombre que nos abrió su corazón, un pionero del lenguaje audiovisual y un maestro de vida; nos aporto su experiencia en la cosas grandes y en los escenarios cotidianos.

    Isaac Rey Silva
    Realizador y Técnico Audiovisual UIS

    • Javier Felix el 16 mayo, 2012 a las 14:24
    • Responder

    Un saludo para Mario Mantilla, gracias por el sincero homenaje al maestro , como recomendación le sugiero hacer llegar una solicitud al consejo departamental de patrimonio, par emprender la declaratoria formal, espero seguir el proceso, atte Javier Felix , vigía del patrimonio Santander .

  1. PUEDO SABER DONDE PUEDO COMPRAR EN DVD BUCARAMANGA A MILIMETROS?????? GRACIAS

    • Nelson Flórez el 17 mayo, 2012 a las 8:51
    • Responder

    Gracias por la complicidad en la recuperación de nuestra poca memoria visual y
    darla a conocer a la opinion publica y a proposito me encantaria ver el material completo.
    recordar esa bella ciudad en esa epoca de los parques…

    Saludos y gracias

    • Carlos Julian Cadavid el 17 mayo, 2012 a las 9:39
    • Responder

    Mario. Gracias por la finura de su publicación. Hermosos recuerdos. Saludos a la distancia.
    Carlos Julián Cadavid,
    Guayaquil.

  2. Yo no estudio cine, ni estoy familiarizado con el tema audiovisual, al menos en la parte productiva, pero tambièn estoy interesado en ver y conocer a la ciudad bonita cuando era màs bonita. Hay alguna sitio o persona que pueda dar a conocer el material? Dònde se puede conseguir? Saludos. Excelentes apuntes.

    • Luis Eduardo Schroeder Soto el 5 agosto, 2012 a las 13:35
    • Responder

    Aquel señor rubio y canoso con sonrisa de picardía, es mi querido hermano Augusto Peter Schroeder Soto [1935.06.17-2012.05.05], quien se interesó desde muy temprana edad por el séptimo arte. A la edad de nueve años ya estaba construyendo proyectores de películas y produciendo sus propios filmes. Para los primeros utilizaba cajas metálicas de galletas, provistas de un bombillo y un lente que le había obsequiado nuestro tío Carlos Emiliano Pablo Schroeder Caicedo [1897-1963], el gran pionero que le puso voz al cine colombiano, y sus filmes consistían en recortes de películas de 35 mm. que le regalaban en los cines. Au, como lo llamábamos cariñosamente entre familia, los convertía en largas tiras de imágenes armadas entre cartoncillos, suponiendo filmes suyos, o sencillamente los limpiaba de su emulsión, y en los celuloides pintaba secuencias de sencillas figuras, que al pasarlas a mano a cierta velocidad por un rústico dispositivo que se había inventado, parecía que se movían al ser proyectadas sobre la blanca sábana que hacía de telón. En esta forma la sala de nuestra casa en Bogotá, a mediados de la década de los 40, se convirtió en el cine del barrio, con una numerosa audiencia de mocosos, con entrada gratis naturalmente, que nos divertíamos de lo lindo con su gran espectáculo. Eran años felices en los que no había televisión, e ir al cine estaba sólo al alcance de los más acomodados. Pero qué le daba si nosotros teníamos nuestro propio Auguste Lumière, o Georges Méliès, y por qué no… Alfred Hitchcock.

    A comienzos de la década de los 50, nuestra familia se instaló en Caracas a razón de un cargo diplomático que atendía nuestro padre. Eran los años de las vacas gordas en Venezuela, cuando absolutamente todo en el emergente mercado caraqueño era “made in USA”. La deliciosa leche que tomábamos por las mañanas, llegaba en las horas de la madrugada directamente de Miami, y qué decir de las maravillosas manzanas, peras, uvas, gaseosas y golosinas provenientes de California. En aquel paraíso comercial encontró Augusto la mina de lo que luego se convertiría en otra de sus grandes pasiones en su vida: la música clásica y todo lo necesario e imaginable para su reproducción, manejo, almacenamiento, y textualmente para devorarla. Mi padre le dio gusto y carta franca en este, su gran capricho y devoción. Au pronto aprendió a seleccionar lo mejor entre tocadiscos, grabadoras de cintas magnetofónicas, amplificadores, ecualizadores, los más sofisticados, fuertes y a la vez sensibles altoparlantes, y claro está… de las grandes galerías empezó de pronto a traer a casa álbumes con discos que los comerciantes se los dejaban llevar para que escogiera tranquilamente lo que más le gustara, y así se familiarizó y apasionó con los más espectaculares y mastodónticos compositores: Richard Wagner, Richard Strauss, Gustav Mahler, y tantos otros. La lista de su discoteca crecía con los días de su permanencia en aquella ciudad de los techos rojos.

    Un día le conté a mi hermano que en Bogotá, en donde yo estudiaba, había asistido a un cine en donde presentaban una película en blanco y negro, de nombre Rigoletto en la que todos sus actores cantaban, y que pese a que el tema era muy triste, su música me había impactado de tal manera que la había visto un par de veces. Al día siguiente Au salió de incursión a sus galerías preferidas en Caracas, y al regresar a casa se apresuró a entregarme un paquete diciéndome:

    «…Aquí tiene chino… es para usted… ¡ábralo! …»

    Era un paquete grande, plano, cuadrado, pesado y hermosamente empacado, conteniendo la ópera Rigoletto de Giuseppe Verdi, en cuatro impresionantes LP con el libreto en varios idiomas, y lindísimas fotografías. No me acuerdo cuántas miles de veces la escuchamos juntos a todo volumen, porque perdí la cuenta, pero sí recuerdo las anécdotas que me contaba sobre sus complicadas correrías para escoger las mejores grabaciones, tarea complicadísima con la que él se divertía sobremanera. Para él lo válido era lo original, lo estrictamente fidedigno, lo que satisficiera su delicada crítica que ya empezaba a pulir como un diamante. La novena sinfonía de Beethoven llegó a tenerla en no se cuántas versiones, interpretadas por las mejores sinfónicas y dirigida por los más lanzados directores. Au gozaba detectando las finísimas diferencias entre unas y otras. Para entender su meticulosa preferencia por lo genuino, es sólo recordar que cuando se determinó por convertir sus películas al formato en DVD, lo hizo pensando en la conservación de lo gravado en los celuloides, con la posibilidad de darnos copias a los que quisiéramos, pero para él lo válido y correcto era proyectarlas sobre un telón, realizando paso a paso ese casi religioso procedimiento de su montaje en el proyector, la bobinada de las cintas en los carreteles, y escuchando luego aquel delicado y grato traqueteo producido por todas esas poleas y partes móviles del aparato, incluyendo el susurro del ventilador y el rasgueo producido por el celuloide a su paso por la estrecha antecámara del lente.

    Empezando los estudios de bachillerato, el profesor del curso en que iba Augusto quiso reprenderlo, a razón del desorden que mantenía en su pupitre, en donde guardaba un joto de elementos atornillados entre sí, con cables que le salían por todas partes. Indagándolo severamente el profesor le exigió que le explicase qué era todo aquello. Con la tranquilidad y picardía que adoptaba en situaciones incómodas, Au le contestó que se trataba de una nevera. Confundido el profesor con tan resoluta respuesta y misterioso aparato, no encontró otra salida que preguntarle si “eso” funcionaba, a lo que Au elegantemente le correspondió aclarándole que aún no lo sabía, pero que le dijera no mas en dónde podía enchufarla para comprobarlo.

    Au me llevaba año y medio, y cuando de adolescentes yo entendía que ya era hora de empezar a interesarnos por lo que serían nuestros oficios en esta vida, él ya lo tenía más que definido: lo suyo era el universo de la energía y la dinámica, embelesado por todo lo que produjera, transportara, transformara y consumiera electricidad. Pero por ello no renunciaba al mundo de las banalidades, de lo que llegaría a mantener su espíritu en eterna juventud. Cuando iniciaba sus estudios de ingeniero electricista en la UIS de Bucaramanga, Augusto ya estaba provisto de una magnífica cámara cinematográfica de 16 mm., que a todas partes llevaba poniendo su lente a todo en lo que ponía su ojo. Sus pocos recursos pecuniarios los destinaba para la adquisición de películas y para atender el elevado coste del revelado de kilométricas secuencias tomadas preferiblemente cuando él personalmente también se movía: en paseos en tren, viajes en bus, recorriendo los predios de la universidad, movilizándose por las calles, plazas y mercados de Bucaramanga y pueblos aledaños, grabando en fiestas, reuniones familiares, conmemoraciones, eventos sobre lo más imaginable, etc. etc., y con esas cintas componía filmes completos con sus títulos y hasta música de fondo. También se aventuró a dirigir y filmar una corta comedia amorosa, con la colaboración de una joven pareja de aficionados, que como él, se hacían ilusiones de hacerse famosos algún día en el séptimo arte. Ya de ingeniero formado en la electricidad de los poderosos voltajes, se dedicó a producir en Colombia algunos de los sofisticados elementos para su manejo, que antes se importaban, pero por ello nunca llegó a descuidar lo que existía en menor escala, y así no había aparato eléctrico que por viejo o malogrado que estuviera, no quedara otra vez en perfecto funcionamiento luego de pasar por sus manos. Le encantaban los trenes eléctricos que coleccionaba de todas las marcas y tamaños, dándole nueva vida a aquellas pequeñísimas locomotoras que adquiría por algunos pocos pesos en los mercados de cachivaches. Otras de sus grandes gomas eran los primerísimos proyectores y películas mudas, que coleccionaba y le daban inspiración para sus propias producciones.

    Mi hermano Augusto Peter, como mi tío Carlos Emiliano, fueron genios multifacéticos en su tiempo y en sus áreas. Augusto fue además un filántropo carismático con el don de la palabra, la perseverancia y la condescendencia. Siempre complaciente con su interlocutor, no sólo lo halagaba en el diálogo, sino que literalmente lo capturaba con su sonrisa ineludiblemente contagiosa que nunca se apagaba. Sus cuentos que llevó al papel son sencillamente reconstituyentes del alma taciturna. Sobre el barrio Girardot y el Teatro Garnica en Bucaramanga, escribió un cuento exquisito. Súmese a todo esto su gran pasión por las cometas, que había heredado de nuestro padre Augusto Pedro Schroeder Caicedo [1903-1963]. Au era conocido como “el Decano de los cometeros”. Construía panderos, boleros, dragones, cometas acrobáticas, osos paracaidistas, etc., de diversos tamaños y fórmulas aerodinámicas en los más lanzados diseños y alegre colorido, con los que participaba en concursos nacionales o que él mismo organizaba. Pasaba horas enteras haciéndolos volar en potreros, parques, playas y plazas en los pueblos, ante una numerosa audiencia que se congregaba en su entorno, no sólo por curiosidad, sino porque él se encargaba de activarla poniendo a unos a mantener claras las largas pitas, a otros a desenredar las colas, o a mantener erguidas las cometas hasta recibir su orden de soltarlas, e inclusive escogía a los más entusiastas como copilotos en sus avanzados vuelos. Au siempre llevaba consigo un número de cometas sencillas que obsequiaba a sus nuevos amigos que siempre hacía, chicos y grandes, quienes a su vez descubrían la gran felicidad y rejuvenecedora ilusión que causa el poner en el cielo aquellos juguetes, junto con sus propias miradas hacia lo infinito. Au se divertía divirtiéndonos.

    Augusto Peter Schroeder Soto también podía ser profundo como todo gran pensador, pero no caía en la trampa que pone el pesimismo. Ya posicionados en nuestra tercera edad, o dorada si se quiere, entrando a tratar sobre vicisitudes de la vida en una tertulia entre hermanos, llegó a espetarme las siguientes palabras como haciéndome un reto:

    «…Oiga mi doctor… ¡dígame Ud. en dónde meto mi destornillador para arreglar este mundo! …»

    ¡Dicho y hecho! Sin llegar a emplear la más sencilla de sus herramientas, me había confirmado lo inútil que para él, y toda persona, era ponerse a buscar problemas, cuando siempre se tiene a mano la herramienta, o la fórmula para resolverlos. Augusto se mantuvo siempre un paso delante de lo que nosotros llamamos innovación. Daba la impresión de que cuando los nuevos inventos llegaban a su conocimiento, él en alguna forma ya los había detectado, o sencillamente imaginado. Después de trasladarse hacia donde él mismo elevaba sus cometas, es sólo recordar los gratos momentos que pasamos en su compañía, para ipso facto recobrar el colorido en el triste pasaje en que podamos encontrarnos.

    Felicito y agradezco sobremanera al señor Mario Mantilla Barajas, por el excelente y plausible artículo que ha escrito en homenaje y memoria de mi hermano, y le deseo éxitos en sus loables proyectos de asignar a una Institución competente, la custodia y divulgación de ese valiosísimo material y legajo que Augusto nos dejó, para ilustración y recreación de los bumangueses y colombianos en general, o de toda persona que procure, valore o admire la sencillez y la fantasía que idealistas o entusiastas como él, nos han enseñado a descubrir a su paso por este mundo.

    Luis Eduardo Schroeder Soto.

    • Hernando Barroso Guevara el 6 noviembre, 2012 a las 16:00
    • Responder

    Conocí al Dr. Peter a finales de los 60s cuando actuábamos como grupo musical «Los Truenos», contratados por la empresa Trefilco para promocionar sus productos en una Feria Industrial de Bucaramanga, en el sector de Chimita. Al profesor Schroeder le entusiasmaban las interpretaciones con los instrumentos electrónicos que acabábamos de adquirir y charlabamos muy amenamente durante los espacios de descanso. Muy amable el Señor y sentimos su partida pues después de muchos años de no saber de el, quise visitarlo pero nos llego la mala noticia.

      • Luis Eduardo Schroeder Soto el 7 noviembre, 2012 a las 5:21
      • Responder

      Mil gracias por su cordial y emotiva demostración de aprecio en memoria de mi hermano Augusto Peter.

    • Andrés Laiton el 20 agosto, 2016 a las 15:14
    • Responder

    Me podría alguien decir en donde se conserva todo le material de Don augusto?

Responder a Hernando Barroso Guevara Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.